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Los objetos perdidos de Graciela Tomassini



Graciela Tomassini,  narradora, ensayista y profesora argentina, es una de las más importantes teóricas de la minificción. Ha publicado El espejo de Cornelia (1995)  y junto a Stella Maris Colombo: Reconfiguraciones. Estudios críticos sobre narrativa breve hispanoamericana de fin de siglo (1996),  Comprensión lectora y producción textual. Minificción hispanoamericana (1998), Juan Filloy. Libertad de palabra (2000) y La minificción en español y en inglés (2009).  Su narrativa mínima es elaborada, compleja, interesante y conforma ciclos narrativos. VR


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En su altillo, Felicitas tiene una caja donde guarda los objetos encontrados, y otra que contiene los nombres y las historias de sus objetos perdidos. Son muchos más los perdidos que los encontrados, y esto se debe, quizás, a que ningún objeto se pierde por casualidad, sino por una suerte de vocación trashumante que tiene impresa, como un color o una textura. No lo reconocemos, y lo tratamos igual que a las cosas dóciles, resignadas al dominio que pretendemos ejercer sobre ellas. Ignoramos, por ingenuidad o falta de atención, su alma de canto rodado.
Felicitas escribió: Hay objetos celosos y sutiles, siempre a punto de borrarse. Los sostenemos con la mirada, pero están siempre bordeando la nada. Pestañeamos, y ya se han ido. Incrédulos, esbozamos teorías que invariablemente parten de un supuesto improbable: la idea de que el objeto nunca existió fuera de nuestra ilusión o sueño. Tuve una vez un anillo de piedra azul. Lo compré en la tienda de anticuario que está frente a mi casa, porque creí que me llamaba desde la vidriera atiborrada de restos ruinosos. Sólo tres días consintió en prestarle a mi anular el prestigio de sus reflejos marítimos. Después, se disolvió en un instante frente a mis ojos, dejando tras de sí la huella de un recuerdo vacilante.

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No hay que confiar en los objetos que uno encuentra en la calle, porque llevan como un estigma el olor y el calor de otras manos. Como los enamorados no correspondidos, nunca los abandona la sospecha de haber sido tratados con negligencia o desamor. Podemos apoderarnos de ellos, pero no retenerlos.  Lúcidos y atentos, nos observan para aprovechar el instante de distracción que permitirá su huída, y volverán a la calle, donde quizás el azar guíe los pasos y la mirada del añorado dueño, que a su vez vive atormentado por la memoria de lo que alguna vez fue suyo.

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Entre las categorías más inquietantes a que pueden adscribir estos objetos voluntariosos y taimados, señalo dos: la de los objetos metamórficos y la de los transdimensionales. Compré un pato de arcilla a una niña que los ofrecía por las mesas de un café, la última primavera. Lo envolví en una servilleta de papel, para protegerlo de las agresiones de los demás pasajeros de mi abigarrado bolso. Cuando lo saqué, ya en casa, para mostrárselo a los amigos, era un búho que me miraba con toda la severidad de que es capaz su estirpe. Igualmente, le encontré ubicación en un estante de la biblioteca, que es el lugar natural para este habitante de mitologías. Esa misma noche, ya era un delfín de madera tallada, y al otro día un tatú carreta, y al día siguiente una baraja española. Quise jugar un solitario con ella, pero todas las cartas eran el cuatro de bastos. No sé qué forma habrá asumido hoy, mientras escribo.

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Los objetos transdimensionales llegan a nosotros de maneras misteriosas; un día los encontramos sobre la mesa junto con las tazas sin lavar del desayuno, y nos rompemos la cabeza, incapaces de descubrir su procedencia. Así llegó a mi vida un pendiente de bronce iridiscente, grande, con forma de venablo. Pregunté inútilmente a todas mis amigas si alguna de ellas lo había dejado olvidado sobre mi mesa. Pregunté a las alumnas que a veces venían a devolverme libros o a pedírmelos, con idéntico resultado. Alcancé a usarlo un par de veces, antes de que desapareciera tan misteriosamente como llegó. Nadie dejó de admirar su delicada factura, sus movimientos que parecían voluntarios, ajenos a mis gestos. Como los hrönir que Borges describe en uno de sus cuentos, no era de este mundo.

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He perdido fotografías, pañuelos, abanicos, dados, dedales, billeteras con o sin contenido; también, por supuesto libros, pero éstos son siempre objetos de paso, que están hechos para derivar de mano en mano. Lo que en realidad ocurre es que estos nunca han sido objetos, sino ánimas enmascaradas: nos eligen por un tiempo, como los animales que se dejan llamar mascotas, y los amores. Nunca han sido nuestros, porque se pertenecen a sí mismos. Si lo pensamos bien, todos los objetos que pasan por nuestras vidas entran en alguna de las categorías antes enunciadas. Toda pertenencia es ilusoria.

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Los objetos perdidos nunca desaparecen del todo. Dejan tras de sí una estela de palabras para inducirnos a indagar su ausencia. Pero las palabras son aún más insidiosas, más inestables. Sé que ya he perdido muchas, y lo que no me deja dormir es el temor de perderlas todas, porque todavía no he aprendido a nadar en el silencio. Las Arañas, en cambio, tejen aún con los ojos cerrados.
Más mínimos en www.ficcionminima.blogspot.com @ficcionminima

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Bibliografía de la minificción argentina (estudios)

Con el propósito de actualizar la bibliografía de la crítica argentina sobre la microficción, elaborada  por el Dr. David Lagmanovich en 2010 y publicada en  Cuadernos del CILHA (Univ. Nac. de Cuyo, Mendoza, Argentina), solicitamos a quienes hayan publicado artículos en revistas académicas o libros sobre el tema con posterioridad a agosto de 2010, tengan a bien enviarnos la información. La solicitud está dirigida a todos los estudiosos argentinos dedicados al tema , residentes en el país o en el exterior.
Enviar la información a tomassinigs@gmail.com
Desde ya, muchísimas gracias.
Graciela Tomassini          Stella Maris Colombo
Consejo de Investigaciones- Universidad Nacional de Rosario, Argentina
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Red Internacional de Investigadores de Minificción


Estimados colegas y amigos:
Tenemos el agrado de invitarlos a visitar el blog de Redmini (Red Internacional de Investigadores de Minificción), destinado a difundir las novedades académicas relacionadas con el estudio de la minificción. Podrán acceder al mismo desde:
http://www.redmini.net
En la página institucional del blog (¿Qué es la Redmini?) encontrarán una sucinta información sobre el origen de este emprendimiento, sus objetivos y las modalidades para allegar las noticias que ustedes deseen compartir.
 
Dado que ya existen numerosos sitios dedicados a difundir la creación minificcional y los eventos con ella relacionados, este nuevo blog ha sido concebido como un espacio destinado específicamente a la comunicación de noticias sobre publicaciones y actividades académicas sobre el tema.
 
Les rogamos difundan esta invitación a quienes consideren que pudieran estar interesados en los contenidos de Redmini.
 
Agradeciendo desde ya la visita y colaboración de todos Uds., los saludamos cordialmente.
 
Graciela Tomassini - Stella Maris Colombo
Coordinadoras
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Actas de las III Jornadas Nacionales de Minificción (Rosario). Tomassini/Colombo (comp)

Tomassini, Graciela y Stella Maris Colombo, comps. La Minificción en español y en inglés: Actas de las III Jornadas Nacionales de Minificción. Rosario: UNR Editora/UCEL, 2011. (376 p.)

Este volumen ofrece a sus lectores un panorama representativo de las III Jornadas Nacionales de Minificción celebradas en Rosario, Argentina, en noviembre de 2009 -encuentro organizado por Graciela Tomassini, Stella Maris Colombo y Silvia Rivero- que nucleó a un extenso número de  creadores, estudiosos, docentes, traductores y lectores interesados en los desafíos que plantea la escritura minificcional.  Convocadas bajo el lema  “La minificción en español y en inglés”, dichas jornadas se distinguieron por ser  las primeras en su tipo investidas de carácter bilingüe.
La Primera Parte del volumen incluye una selección de las conferencias y comunicaciones presentadas durante las Jornadas. El amplio espectro temático de estos trabajos perfila algunas de las líneas que orientan la investigación actual sobre la minificción como escritura de nuestro tiempo. La aspiración de completar un mapa de las distintas configuraciones del género está representada por los estudios que exploran poéticas regionales y autoriales desde una variada gama de enfoques y metodologías. Un conjunto de estos trabajos considera de manera comparativa la significación cultural del género en dos umbrales de nuestra América: el Caribe Anglófono y la Patagonia. Otros  recogen la producción de conocimiento en el campo aún poco explorado de la minificción escrita en lengua inglesa, con acentos diversos que van desde los estudios culturales y el feminismo hasta las proyecciones pedagógicas del género. Un promisorio rubro dignamente representado en el presente volumen es el de los estudios sobre las particularidades de la traducción de textos brevísimos. También se encuentra representada la línea investigativa que  indaga en diferentes horizontes trazos de una genealogía de la minificción, abonando un territorio en el que abundan todavía las zonas inexploradas.
La Segunda Parte ofrece una muestra de los textos minificcionales leídos durante el evento por sus propios autores –procedentes de diversas regiones argentinas- más una selección de microrrelatos de David Lagmanovich, tomados del volumen que constituyó su última aportación al género, publicado poco antes de su lamentada partida.
La Tercera Parte contiene el texto de una entrevista realizada por Sandra Bianchi a Luisa Valenzuela, una de las más destacadas escritoras de microficción.
    Se incluye a continuación el índice del volumen. Para mayor información sobre distribución y venta, se ruega a los lectores interesados comunicarse con la sede de la Universidad del Centro Educativo Latinoamericano. E-mail: publicaciones@ucel.edu.ar



ÍNDICE

III Jornadas Nacionales de Minificción: un puente intercultural
Graciela Tomassini y Stella Maris Colombo

PRIMERA PARTE
Reflexiones teórico-críticas.

El lector como constructor de universos minificcionales:
una Antología de Pueblos
María Alejandra Atadía

La minificción como territorio poético
Miriam Cairo

Microfiction in English and in Spanish: Some Theoretical Approaches.
An Account on Defamiliarisation and Frames
María C. Cané Loza y Carina Queirolo

Walking along the Interstices of Identity in Laura Hirneisen’s «Name»
Virginia G. Cattolica

Giovanni Papini: un antecedente desprestigiado
Stella Maris Colombo

Contra viento y marea. Acerca de Caballo de proa, número dedicado
al microrrelato patagónico chileno
Gabriela Espinosa

Una mirada a la obra minificcional de Raymond Federman:
Problemas de su traducción al español
Laura Fechenbach y Juan Ignacio Luque

A Shot of Fiction: Brevity with a Long Lasting Effect
Mercedes Fernández Beschtedt

De fabuleros y vivitantes: tradiciendo el «Introito» al Teatro de Cuentos
Sebastián Mancuso y Javier Gómez

Minificción en la obra de Borges. Una incursión en Atlas
Silvia Martínez Carranza de Delucchi

Fantasmagorías urbanas: escribir la Patagonia en microrrelatos
Silvia Mellado

Tucumán en microrrelatos
Ana María Mopty de Kiorcheff

Plumas microscópicas: Patagonia norte y minificción
Laura Alejandra Nuñez

Microfiction as Cognitive Mapping: a Reading of the Caribbean.
María Alejandra Olivares

Reflexión y enmascaramiento discursivo en textos de
Augusto Monterroso: ecos y proyecciones
Ana María Paruolo

Intertextuality in Sudden Fiction
Adriana Podestá y Elena Zárate

Palabras entre el principio y el confín: el microrrelato entre
la Patagonia y el Caribe anglófono
Laura Pollastri

Twitter Fiction: Social Networking and Microfiction in 140 Characters
Carla Raguseo

In your Face: Representations and Use of Language in Microfiction
Silvia Rivero

James Thurber, un norteamericano como la gente
Miroslav Scheuba

Escrituras privadas. Un hilo secreto en la trama de la minificción
Graciela Tomassini

Buried Stories, Submerged Minifictions
María Bernarda Torres

Critical Thinking in a Flash: a Case Study of an EFL University Course
Magdalena Zinkgräf y Paola Formiga

SEGUNDA PARTE
La minificción en sus textos

Mariángeles Abelli Bonardi (Neuquén)
Alejandro Bentivoglio (Buenos Aires)
Sandra Bianchi (Buenos Aires)
Raúl Brasca (Buenos Aires)
Mónica Cazón (Tucumán)
Antonio Cruz (Santiago del Estero)
Federico Demarchi (Santa Fe)
Julio Ricardo Estefan (Tucumán)
Sergio Francisci (Santa Fe)
Celeste Galiano (Santa Fe)
Martín Gardella (Buenos Aires)
Sergio Gaut vel Hartman (Buenos Aires)
María Eugenia Godoy (Tucumán)
Eduardo Gotthelf (Río Negro)
Liliana Guaragno (Buenos Aires)
Corina Herrero Miranda (Santa Fe)
Leandro Hidalgo (Mendoza)
David Lagmanovich (Tucumán)
María Rosa Lojo (Buenos Aires)
Jorge Ariel Madrazo (Buenos Aires)
Eugenio Mandrini (Buenos Aires)
Silvia Mellado (Neuquén)
Ana María Mopty de Kiorcheff (Tucumán)
Ildiko Nassr (Jujuy)
Laura Nicastro (Buenos Aires)
Gloria Pampillo (Buenos Aires)
Ana María Paruolo (Buenos Aires)
Roberto Perinelli (Buenos Aires)
Estela Porta (Tucumán)
Rogelio Ramos Signes (Tucumán)
Roberto Enrique Rocca (Buenos Aires)
Juan Romagnoli (Buenos Aires)
Orlando Romano (Tucumán)
Marcela Ángela Ruiz (Santa Fe)
Miroslav Scheuba (Buenos Aires)
Ernesto A.Solari (Buenos Aires)
Fabián Vique (Buenos Aires)
Silvina Vital (Santa Fe)

TERCERA PARTE
Los juegos peligrosos.
Una conversación con Luisa Valenzuela sobre microficción, lenguaje y creación.
Entrevista de Sandra Bianchi
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Las microficciones de Graciela Tomassini

Botellas

Hay una vitrina en Roma donde se exhiben botellas de diversos tamaños, formas y colores.

Botellas ínfimas, hechas para contener perfumes o portar venenos, botellones opalinos, vasijas ventrudas de vidrio sutil, cuya entraña perfectamente esférica gesta interminablemente un navío construido con fósforos o escarbadientes; vasos rojos en forma de zapatilla de baile o de papagayo, una botella como un ánade azul, otra como un tigre amarillo, retortas, redomas, botellas de Leyden, tubos de ensayo, generosas damajuanas con picos de pájaros, vasijas con forma de cabeza de cerdo o de pirata, otras como manos rosadas o blanquísimas, con uñas pintadas.

Abigarradas en el discreto espacio del exhibidor suavemente iluminado, las botellas componen una perfecta naturaleza muerta. Vaciadas de los licores que alguna vez contuvieron, las variopintas redomas conservan un sedimento púlveo o viscoso de vino, sangre, tósigo, agua tofana, cuya prolongada ausencia no evita que las huellas tiñan levemente los fondos, como una resaca que no termina de despedirse.

Los brillos pálidos, exangües, de los vidrios vacíos cruzan sus reflejos bajo los focos empañados, y uno se pregunta si dialogan en la cálida noche romana, si se cuentan historias de fogosas pasiones o crímenes secretos, o si en cambio esperan que un incauto coleccionista ceda al impulso de comprar alguna, seducido por su rareza. En ese caso, el maleficio no se activará mientras el corcho permanezca en su sitio.


Desconcierto barroco

A regañadientes, el anticuario accedió a mostrarme la miniatura. Parecía una moneda de cinco centavos en el hueco de su palma. Dijo que era imposible calcular su valor: una pieza única, no sólo porque quizás no hubiese otra de su género, sino porque el resto de la obra del Fernandinho había sido quemada por el Santo Oficio, apenas unas horas antes de que el cuerpo del pintor ardiera en la misma pira.

Inscripto en el óvalo de la medalla, un ángel casi envuelto en sus propias alas, extendía hacia el contemplador una mano abierta, como en un gesto de invitación.

Si el resto de la obra de este artista desconocido era de parecido talante, no me explicaba por qué había sufrido la infausta suerte de los herejes.

Las miniaturas no revelan sus secretos al ojo nudo, dijo el Anticuario, como respondiendo a mi muda observación. Habló largamente de diminutas figuras o símbolos, minuciosamente disimulados en cabelleras o en los pliegues de las vestiduras, semblantes bestiales ocultos en los rizos de las barbas o en las circunvoluciones de alguna oreja. Las formas perceptibles, pequeñísimas en sí mismas, inscriben una dimensión espacial que se abisma más allá de las puertas de lo visible. Probablemente, sospecharon mucho más del Fernandinho que de ningún otro. Era mulato, de madre yoruba. Su padre, hidalgo y dueño de una plantación de tabaco en el norte de Brasil, lo envió a estudiar a Lisboa, pero el destino lo llevó a Roma, de la mano de Francisco de Holanda, quien lo recomendó al famoso miniador Julio Clovio, il piccolo Michelangelo, maestro de El Greco e iluminador del Libro de las Horas del Cardenal Farnese. No contaba aún catorce años el Fernandinho cuando asombró a sus maestros con su Pequeña Anunciación, más tarde juzgada como herética. La joven Virgen no aparecía allí en actitud sumisa de recogimiento, sino de pie y con la cabeza ligeramente echada hacia atrás, como en éxtasis. Si se observaban los ojos bien abiertos con una lente de poderoso aumento, se podía ver inscripto en ambas pupilas el doble reflejo del Mensajero, realizado en lámina de oro. Se tiene noticia de otra de sus obras, un retrato en miniatura del Cardenal Infante Don Henrique, hermano de don Joao III y Gran Inquisidor de Coimbra. Se dice que la luz de los ojos del adusto semblante reflejaba la imagen de una cortesana con el opulento seno descubierto que ofrecía con insinuante gesto un racimo de uvas negras.

La leyenda magnifica el virtuosismo manierista del Fernandinho, llamado O Olho por sus contemporáneos. Se le atribuyen perfecciones inhumanas, como la de representar no sólo el mundo atrapado en los ojos de la figura pintada en primer plano, sino también, en una dimensión imperceptible aunque con rigurosa definición, el objeto de la mirada del personaje contemplado.

Tal vez acicateado por mi gesto de incredulidad, el Anticuario me alcanzó una lupa y bajó la lámpara para concentrar el cono de luz. En las pupilas del Angel se apreciaba, con impecable precisión, la polícroma imagen de Janaína-Jemanjá, no la estilizada versión del sincretismo religioso, sino la multípara reina pródiga y fecunda, generosa de pechos y caderas, resplandeciente en su negritud.


Memoria sobre la desaparición de la especie Brunfelsia Australis

Brunfelsia australis, planta aborígen de América del Sur, nombre común: Jazmín del Paraguay, Solana Furiosa, Jazmín América.

Brunfelsia australis, arbusto perennifolio, de copa globosa, hojas alternas, simples, cortamente pecioladas; flores levemene cigomorfas y muy fragantes, de color violeta que cambia a blanco antes de desprenderse y caer, en lento vuelo espiralado.

No puedo decir con certeza cuándo percibí su ausencia. Como pasar de un continente a otro sin darse cuenta. Como cambiar de rostro, y no encontrarse más en el espejo. No sé si pasó de repente, o si fui yo que de repente comencé a extrañarla.

La Brunfelsia, como otras solanáceas sagradas, tiene flores, hojas, tallos y semillas tóxicas. Su penetrante fragancia induce estados alterados de conciencia, en los que no es infrecuente la alucinación auditiva. Como la datura ferox, es un poderoso mnemónico, que ayuda a rescatar eventos largamente olvidados y presentarlos a la conciencia con detalle y vivacidad.

Es inútil preguntar por ella en los viveros: la confunden con otras especies, o fingen ignorar su existencia. Los empleados de Parques y Paseos, todos jóvenes, me miran extrañados, creen que estoy loca. No sólo la han erradicado, también han extinguido su memoria. No figura en las taxonomías actuales; para encontrar su descripción, hay que consultar las viejas Historias Naturales, como la de Romualdo González Fragoso, en tres tomos con ilustraciones.

Pero eso no es todo. También la borraron de la Historia, de la literatura, y aún del cancionero popular. ¿Quién se acuerda del Jazmín del Paraguay que adornaba el jardín de Manuelita, cuyas flores aromaron el lecho donde tan brevemente gozaron Camila y Ladislao? ¿Qué impunes editores censuraron el recuerdo que Sarmiento dedica al Jazmín del Paraguay que en primavera embalsamaba el aire de la siesta, cuando las manos de doña Paula volaban por el telar? ¿Con qué aviesa intención se niega que eran jazmines del Paraguay los que lloraban de celos por la pulpera de Santa Lucía?

No es casual que la flor cuya fragancia insufla vida a los recuerdos perdidos haya sido minuciosa e implacablemente condenada a una extinción no sólo física. Poderosas sombras han decidido exonerarla de la memoria colectiva, porque han comprendido que, en las manos apropiadas, el Jazmín América es un arma mil veces más efectiva que aquellas que promueven la destrucción.

Pero quien logró como yo escuchar la voz del jazmín en el silencio de la noche no olvida. Esa dulce aterciopelada voz sigue hablando en mi cabeza, y por eso busco, por eso recorro los caminos, me meto en las frondas, exploro las ruinas de los conventos y los patios de las posadas fascinada por un eco que me sigue hablando de aquéllo, de lo único que importa.




Graciela Tomassini es Doctora en Letras Modernas por la Universidad de Córdoba. Miembro de la carrera de Investigador Científico de la U.N.R., ha desarrollado numerosos proyectos sobre narrativa hispanoamericana, en cuyo contexto se encuadran sus estudios sobre la Minificción, considerados como pioneros en este campo. Algunos de sus cuentos y microrrelatos se publican oralmente en el programa radial del grupo Hacedores de Palabras.

Más Graciela Tomassini en hacedoresdepalabras.blogspot.com

O en en dial FM AZ 92. 7 Rosario

O en http://www.fmaz.com.ar/

Viernes de 12 de la noche a 1 de la madrugada

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En homenaje a Juan Filloy


Recordando a Juan Filloy, a diez años de su partida
Por Graciela Tomassini y Stella Maris Colombo
Al cumplirse el décimo aniversario del fallecimiento de Juan Filloy (1894-2000), queremos ofrecer, a modo de homenaje, un sucinto balance de su meritoria aportación al desarrollo de la narrativa argentina. Según hemos explicado en nuestro libro Juan Filloy: libertad de palabra. Textos críticos y antología (Rosario, Ed. Fundación Ross, 2000), el mítico escritor cordobés trazó señeros rumbos en ese ámbito. Dado que a nuestro entender sus mayores innovaciones temáticas, expresivas y narratológicas se concentran en las obras publicadas en la década del ’30, dedicaremos especial atención a ese tramo de su escritura en el que destacan tres insoslayables novelas y dos libros de atípico perfil pródigos en miniaturas textuales que desde el presente horizonte de lectura pueden considerarse como antecedentes de la actual minificción.


Las novelas de la década del ’30
Juan Filloy publica sus tres primeras novelas en una de las décadas más críticas de la historia argentina, no en vano llamada “infame” pues con ella se inicia en el país el ciclo histórico de los gobiernos de facto, respaldados por los intereses de un “patriciado” aliado a consorcios internacionales cuyo poder se asegura mediante la represión, la persecución y ejecución de los opositores. Con el ascenso de Justo al Ejecutivo se pone en escena una “democracia ficta”, garantizadora de los pactos de dependencia (Ottawa, 1932; Tratado Roca-Runciman, 1933). Buenos Aires adquiere, mediante el ensanche de avenidas, la construcción del obelisco y la implantación del transporte público, una fachada de ciudad cosmopolita y progresista, mientras el interior agoniza bajo una política dirigista que favorece a los intereses monopólicos. Este contexto socio-político está inscripto en una formación discursiva signada por la paradoja: el fraude puede ser presentado como “patriótico”, la trampa, la evasión y la doble contabilidad pueden tener estatuto legal. Tal es el horizonte de las grandes novelas filloyanas de la década del ’30: ¡Estafen! (1932), Op-Oloop (1934) y Caterva (1937), las que constituyen, a nuestro entender, la más lograda y memorable contribución del autor cordobés al género. Las tres tematizan una lectura palindrómica de la realidad, al derecho y a la inversa, propia del ironista que descentra su lugar de enunciación a fin de percibir mejor las contradicciones que atravesarán su escritura. En las tres, la construcción de lo real está mediada por el discurso de personajes excéntricos, cuya marginalidad obedece más a un desplazamiento consciente y calculado que a la condena social.
La marginalidad como espacio literario es, como afirma Beatriz Sarlo, un tópico formal e ideológico de gran relevancia en los años 20 y 30, no sólo troquelado en las representaciones realistas de Enrique González Tuñón, Leónidas Barletta o Elías Castelnuovo sino también en la invención de una mirada sobre la tradición nacional y el canon europeo, como la de Borges. El margen en las novelas de Filloy participa tanto de lo representacional cuanto de lo simbólico. Sus personajes, vagabundos en sentido geográfico y social, hacen de esta doble desterritorialización el fundamento de su autoridad crítica. Si bien pueden ser fracasados, como los integrantes de la “caterva”, no son sujetos atrapados en su circunstancia sino capaces de decisiones argumentativamente fundadas. A diferencia de los personajes arltianos, dueños de saberes poco prestigiosos, los de Filloy ostentan una refinada enciclopedia: citan a los clásicos, dominan lenguas y códigos diversos y exhiben habilidades técnicas de nota: el Estafador es un experto en argucias legales, Op-Oloop es un minucioso estadígrafo, Longines es un hábil criptógrafo, y todos ellos manifiestan en las citas y alusiones diseminadas en sus discursos, una apreciable competencia en diversos campos del saber. En suma, su marginalidad es la del outlaw, que se sustrae concientemente al dominio de la ley y el orden social. Sus trayectorias narrativas son tragicómicas: trágicas, en tanto cada uno arrastra consigo su hamartía –la ambición desmedida, el escrúpulo maniático, el vicio y la sensualidad del placer corporal o del dinero- pero la transgresión que en cada caso determina la desterritorialización de estos personajes no hiere una ley superior a ellos mismos, sino una ley subalterna y espúrea: el cuerpo de convenciones y prescripciones destinadas a resguardar los mecanismos del poder y a quienes los detentan.
Esta condición se evidencia especialmente en ¡Estafen!, y en las meditaciones de su protagonista, un delincuente profesional que se autodefine como “esteta del delito”, sobre problemas que todavía, en pleno tercer milenio, nos inquietan: la dependencia de la justicia respecto del poder político, la corrupción de quienes la administran, la autoridad de los jueces, la validez de ciertas leyes apoyadas sobre la fictio juris de un pacto social que deja a la intemperie a muchos sectores de la sociedad. En tiempos en que resultaba imperativo trazar en la escritura modelos de identidad nacional, ¡Estafen! explora sus fracturas: la cárcel donde transcurre casi en su totalidad la acción novelesca se propone como un espacio simbólico que invita a pensar las estructuras y las relaciones sociales de la Argentina de la década infame, no ya desde la capital sino desde el interior provinciano, con sus propias modalidades de exclusión cultural. En la contradictoria urdimbre de sus meditaciones, el Estafador –lo mismo que los aventurados linyeras de Caterva- construye la ilusión de un sujeto cultural, el intelectual moderno, en quien dialogan y polemizan distintos modelos interpretativos: el positivismo lógico, el darwinismo social, el nacionalismo conservador, las proclamas libertarias del anarco-sindicalismo, las utopías del liberalismo (el self-made man) y del socialismo soreliano (la sociedad justa e igualitaria, la abolición de la propiedad privada que hará inútiles las cárceles y los códigos penales), la moral sin dogmas de Emerson e Ingenieros, el vitalismo de Ortega, el cuestionamiento radical de todos los valores por Nietzsche.
Podría decirse que en la escritura de Filloy se entrecruzan dos vectores o fuerzas de transformación estilística que enmascaran los hiatos entre los distintos discursos que polemizan en el texto. De una parte, hay una escritura minuciosamente consciente de su propia condición artística y específicamente “literaria”; de otra, una marcada tendencia a hacer del texto narrativo un territorio de libertad donde caben la exploración y el juego. Es probable que el lector actual de Op-Oloop o de Caterva perciba, por momentos, los pliegues de su estilo: ese choque, a veces estrepitoso, entre clasicismo y exceso, sujeción y libertad, férrea voluntad de estilo y vitalidad transgresora. Su prosa no desecha el exotismo modernista, la imaginería de poderosa sensorialidad, una sintaxis escandida en períodos rítmicos. Su lenguaje es proclive a los refinamientos de un léxico para filólogos. Al mismo tiempo, incorpora técnicas vanguardistas de vario cuño: la imagen expresionista, el juego metalingüístico y humorístico de la greguería, el juego verbal –como el palíndroma en ¡Estafen!-, la furiosa desacralización del cuerpo y el ataque a la moral sexual convencional. Ninguna escritura precedente llega tan lejos en la manipulación literaria de los géneros del discurso oral, aún los vinculados con las prácticas y los rituales de la intimidad humana: el discurso no eufemístico sobre las funciones y sensaciones corporales (ingesta, deyección, sexo); el discurso festivo ligado al ocio, con inclusión de chistes picarescos y anécdotas zumbonas; el intercambio gratuito de pullas y pseudo insultos que caracteriza a los juegos, típicamente masculinos, de competencia verbal coprológica. Estas formas del discurso no están orientadas a la demarcación de niveles socio-culturales entre los personajes o entre éstos y el narrador; esta función la desempeñan recursos ya legitimados en el paradigma literario de producción, como la transcripción fonomimética y el pastiche burlesco. Pero la franca incorporación del lenguaje de lo bajo corporal constituye, en las novelas de Filloy de la década del ‘30, un nuevo instrumento de producción textual que sólo sería puesto en juego en la novela a partir de la década del ’40 con Marechal, y legitimado por el sistema mucho después.
Notablemente, la yuxtaposición de las formas discursivas heterogéneas que hemos enumerado escuetamente, otorga a la prosa de Filloy un régimen cómico-serio que vincula sus novelas con otras, centrales en el canon rioplatense, como Adán Buenosayres y Rayuela. No de otra manera las voces acalladas, los textos subterráneos, transforman, de manera imperceptible pero cierta, los sistemas.
No sabemos si Filloy se perfila, con estas novelas, como el “progenitor de una nueva literatura americana”, según opinaba Alfonso Reyes, pero es seguro que “esta especie de Rabelais de excursión por los indios ranqueles” –como lo pinta Jorge Torres Roggero- merece el estudio sistemático y comprensivo que su obra todavía aguarda.
Otros cauces de la escritura filloyana
La novela no fue el único territorio transitado por Filloy, cuya desbordante imaginación se derramó en casi todos los géneros y formatos, tanto canónicos como marginales o carentes de prestigio e, inclusive, en algunos de su personal invención. Para dar forma al medio centenar de volúmenes producidos a lo largo de siete décadas –muchos de ellos, inéditos- Filloy apeló a una rica gama de matrices genéricas; es así como su copiosa obra incluye –además de novelas- numerosos cuentos, nouvelles, artículos, ensayos, baladas, elegías, sonetos, “monodiálogos”, una obra de teatro, miles de palíndromos y hasta un tratado de palindromía.
La extensa obra de Filloy también alberga algunos libros cuya notoria hibridez los torna reacios a los encasillamientos convencionales: uno de ellos es Periplo (1931), reconstrucción literaria de un viaje por Europa y Oriente Medio. Se trata de su primer libro, con el que inaugura una poética a la cual guardaría fidelidad a lo largo de su dilatado quehacer escriturario, pese al riesgo de que algunas de sus opciones estéticas resultaran anacrónicas. Desde esa instancia inicial, su escritura exhibe desprejuiciadamente rasgos de ascendencia parnasiana -patentizados en el enjoyamiento del lenguaje, la plasticidad de las imágenes, el imperio de lo visual- entrecruzados con la asimilación de experiencias vanguardistas alentadoras de una visión antisolemne, transgresiva y desautomatizadora de la percepción habitual de lo real. El singular perfil de la escritura de Filloy también resulta tributario de su afición por la precisión terminológica y por el derroche de datos eruditos, como así también de su voluntad por explorar en toda su dimensión la riqueza léxica de nuestro idioma, sin exclusión de términos soeces, proscriptos entonces por la pacatería reinante entre los escritores de su tiempo, incansablemente denunciada por Filloy. Faltaría agregar que en Periplo ya se manifiesta con nitidez la condición de sagaz ironista que atraviesa la trama total de su escritura, investida de un insoslayable espesor crítico. La ironía filloyana tuvo como blancos privilegiados los males que consideró responsables del envilecimiento del hombre y la sociedad contemporáneos: la inautenticidad, el mercantilismo, la tendencia del hombre moderno hacia la masificación, la ausencia de ideales, la pérdida del espíritu de aventura, el imperio de la injusticia, la corrupción de los gobernantes, las imperfecciones de los sistemas de gobierno.
Otro atípico libro filloyano es Aquende. Sinfonía autóctona (1935), concebido globalmente como una partitura sinfónica –según preanuncia el subtítulo- y escrito en una prosa de exacerbada musicalidad. Es sabido que en el escenario de crisis y desconcierto en medio del cual aparece este libro inclasificable, cobra renovado vigor una veta literaria cuyas raíces se remontan al Facundo sarmientino, caracterizada por la presencia de una constante temática: la consideración de la Argentina como objeto de elucidación o como problema, desencadenante de indagaciones vehiculizadas tanto por vía del ensayo como de la ficción. A lo largo de la década del ’30 Raúl Scalabrini Ortiz, Ezquiel Martínez Estrada, Eduardo Mallea, Arturo Jauretche inscriben reconocidas aportaciones en ese terreno, a las cuales también habría que sumar Aquende. Pero, dado que en ese libro el citado afán elucidatorio se conjuga con una exaltada celebración de la magnificencia geográfica de la Argentina, el volumen resulta filiable, asimismo, a la línea creativa en la que se enhebran las Odas Seculares lugonianas, el Canto a la Argentina de Rubén Dario, un olvidado poemario de Martínez Estrada –Argentina, 1927- y posteriores indagaciones poéticas orientadas hacia la revelación del “signo geográfico y espiritual” del país, como propusieron nuestros poetas del ’40. Es en esa doble coordenada donde cabe contextualizar Aquende, un libro bifronte donde halla despliegue una representación que se pretende integral de la Argentina, construida mediante la alternancia de dos miradas fuertemente contrastivas: de una parte, una visión encarecedora del paisaje y de quienes realizaron aportaciones dignas de reconocimiento; de otra, una visión con matices pesadillescos, crudo registro de un itinerario ficcional por ciertos tramos sombríos y controvertidos de nuestra historia.
Entre los múltiples recorridos de lectura que tolera la obra filloyana no puede soslayarse el que propicia la correlación entre Periplo, Aquende y un libro posterior: Urumpta (1977), integrado por una constelación de microensayos histórico-sociológicos. Atravesados por la isotopía del viaje –ya en el tiempo, ya en el espacio- los tres volúmenes pueden ser computados como hitos significativos en el itinerario vital y estético de Filloy. Así, mientras el libro inicial registra un desplazamiento en dirección centrífuga -un viaje por los países de la cuenca del Mediterráneo desde donde Filloy regresará munido de una experiencia prestigiosa, cuya fijación por la escritura lo habilitará como escritor- Aquende despliega un relevamiento poético integral de la Argentina, mediante una inmersión en los pliegues de su geografía, en la idiosincrasia de sus habitantes y en los avatares de su devenir histórico –ficción mediante. Finalmente, en Urumpta, Filloy concentra su mirada en un punto del interior cordobés: Río Cuarto, su recóndito lugar de residencia durante la mayor parte de su vida, desde donde emprende un “vuelo retrospectivo” con el que cubre reflexivamente cinco siglos de historia regional. Así considerados, Periplo, Aquende y Urumpta pueden leerse como testimonios de las diferentes etapas de una travesía signada por la progresiva consustanciación con la realidad vernácula, por parte de este escritor que supo realizar calas penetrantes en cuanta porción de lo real privilegió con su mirada, enriqueciéndolas mediante la recreación ficcional o problematizándolas a través de su agudo ejercicio especulativo.
Considerados desde otra perspectiva, los tres volúmenes se relacionan por compartir similar principio constructivo: todos progresan por acumulación de series integradas por multitud de breves composiciones en prosa relativamente autónomas, cuyo sentido se completa a la luz de la macroestructura que conjuntamente diseñan. Los microtextos que conforman Urumpta son en su mayoría de carácter expositivo-argumentativo, mientras que en Periplo y Aquende prevalecen los de trama narrativo-descriptiva. Desde el presente horizonte de lectura, muchas de las piezas reunidas en ambos volúmenes pueden considerarse como antecedentes de la minificción. Concebidas sin la conciencia de género que asiste a los actuales cultores, las brevedades filloyanas exhiben sin embargo muchos de los rasgos singularizadores de la escritura minificcional de nuestros días: concisión; hibridez, gusto por el final sorpresivo, la reflexión paradojal y los juegos de lenguaje; tendencia hacia la reescritura; recurso a la ironía y el humor; visión escéptica y desencantada de la existencia. Resultan especialmente destacables muchas de las breves composiciones que integran las secciones de Periplo rotuladas “Film documental” –donde abundan piezas deudoras de la greguería en alternancia con otras próximas al aforismo- y “Raid en Tierra Santa” –sección en la que es posible relevar auténticos microrrelatos de impecable resolución, en los que suelen hallarse entramadas insólitas reflexiones rebosantes de ironía. Al igual que las actuales microficciones, muchos de estos concentrados textos filloyanos entrañan un gesto transgresivo orientado a subvertir valores y creencias arraigados en nuestra cultura o a demoler visiones estereotipadas de la realidad.
Muchos años más tarde Filloy volvería a dejar muestras de su afición por el relato breve en Gentuza (1991), donde presenta una galería de pintorescos personajes de variada extracción social, estigmatizados por la malevolencia, la desidia, la deshonestidad, entre muchas otras lacras denunciadas con ácido humor.
Para finalizar, transcribimos algunos breves textos tomados del primer libro filloyano, Periplo (Bs. As., Impr. Ferrari Hnos., 1931; Cuenco de Plata, 2007). La paginación corresponde a la lera. edición.
SIMBOLOS
Jesús amaba la vida y sintió dejarla. Pero la Escritura lo había tomado como símbolo… ¡Qué broma!
Oíd cómo titubea en la noche de la agonía mientras los discípulos roncan bajo los olivos.
-Padre mío, si es posible pase de mí este vaso. (La angustia le ahoga).
-Padre mío, si no puede este vaso pasar de mí sin que lo beba, hágase tu voluntad. (La impotencia gime redimida).
Sócrates amaba también la vida, pero puso la conciencia en cosas superiores a la materia. ¡Qué símbolo de serenidad! Ya está lista la copa de cicuta. Critón sale compungido. Apolodoro rompe en sollozos.
-“¿Qué es eso, amigos?”- les increpa dulcemente. Y arrima a sus labios la poción que los enmudece. (pp. 78-79)
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ENCUESTA
Monte de los Olivos. Salimos de una capilla que explotan monjes franciscanos. Un bello pavimento de mosaico del tiempo de los cruzados es su mejor presea. Y el mérito esencial, estar edificada en el paraje predilecto de predicación del Redentor.
Un compañero, ya saturado de leyenda, pregunta:
-¿Qué personaje de la Biblia les gustaría encarnar a ustedes?
Todos responden. De improviso me asalta el recuerdo de que aquí, precisamente, aconteció el episodio de la adúltera, y contesto:
-Yo quisiera encarnar uno que, en realidad, no figura en ella: el hombre sin pecado que no quiso arrojar la primera piedra… Fue un fariseo de exquisito dandismo… ¡Qué heroica elegancia la de su virtud! Prefirió el escarnio de los siglos, bajo un tenue escudo de silencios, a hacer quedar mal a Jesús… (pp. 101-102)
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Teje un echarpe interminable la pasajera del camarote de lujo. Teje con la beatitud de un alma obesa. De vez en cuando suspira como un fuelle y teje que teje… Hace diez años la abandonó el esposo. No tiene pretendientes… Se trata de un caso de “penelopismo” puramamente amateur… (p. 119)











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