La vida sobre ruedas. Rogelio Guedea


Bajando la colina de Brockville hay un camino de terracería que desemboca en un río. A veces, cuando hay sol y no se arremolinan los vientos antárticos, mi hijo y yo hacemos el trayecto en bicicleta. Me gustan los paseos en bicicleta porque nunca será lo mismo ver el mundo sobre cuatro ruedas que sobre dos. Yo mismo llego a diferentes conclusiones cuando voy en autobús que cuando lo hago en motocicleta. La vida, en bicicleta, me parece más suave y menos contrariada, es más fácil vivirla sintiendo el aire fresco de la mañana o escuchando los pajarillos que cantan en la rama de los árboles. Además, en bicicleta uno necesita siempre conservar el equilibrio, para no caer. Uno no puede distraerse en cualquier cosa o descuidar un instante el rumbo porque corre el riesgo de quedar varado a la orilla del camino, tal como cuando somos injustos, corruptos o represores. Pies, manos y cabeza tienen que salvar sus diferencias si no quieren irse de bruces en la primera piedra o bache. Por eso los paseos en bicicleta se parecen mucho a la vida y a vivir, porque si bien un día padecemos una cuesta insufrible, otro –como éste- bajamos con los brazos abiertos y los ojos cerrados una empinada que, en cada nueva avanzada, se vuelve a renovar.

1 comentarios:

Pablo Gonz | 20 de abril de 2010, 11:14

Me encantó este cuento o pensamiento o pieza de arte que no necesita ser clasificada.
Muchas gracias. Seguiré este blog.
Un saludo,
PABLO GONZ

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