Quarks de Jorge Ariel Madrazo

EL LEÓN
Plegó las patas, al acecho. Alzando la cabeza oteó el aire, husmeó el viento: olía a presa segura. Ah, sí, allí, perfilado en el horizonte, tembloroso por la intuición del peligro, se erguía el cervatillo. Al verlo se encogió y reptó con la seguridad del depredador. Mientras saltaba intentó un rugido victorioso. Le salió un chirrido que no asustaría ni a una anciana. El salto fue de cinco centímetros. Su compañera lo miró con lástima. No había caso: aquel grillo, más loco que una cabra, se empeñaba en creerse león.

ESTÁS IGUALITO
Lo encontré por la calle. Al Andrés. Siglos que no lo veía. Fuimos a tomar un café.
Sendos cafés, bah. Esos días yo había pensado en él, el Andrés adolescente que repartía dulce de leche. Me contó: tenía una fraccionadora de lácteos. ¿Casado? Sí, con Inés, la compañerita de la Escuela 14 Consejo Escolar 20. Pucha, qué linda charla.
Me dio su tarjeta. Hoy, pasada una semana, recordé que Andrés fue chupado por los milicos en el 76. Corrí a buscar la tarjeta. Sólo dos palabras: "estás igualito". Se borraron mientras las leía.

AZUCENA DEJÓ EL PIE
El señor Litis decidió no dejarse carcomer, ya más, por su amor obsesivo a la señorita Azucena. De modo que cuando oyó el pregón del vendedor del elixir del olvido, corrió a comprarle un frasco, el último disponible. Una cucharada y la cabeza de Azucena se borró de su mente febril; otra, y se disiparon los senos deliciosos. Y así, en su alma atormentada fueron extinguiéndose los brazos de seda, la cadera pletórica, los muslos resbaladizos, una de las piernas de gacela, enseguida la otra. Y un piececito y... advirtió, con angustia, que no le quedaba más elixir. El señor Litis tuvo que cargar en su corazón, hasta el fin de sus días, el pie derecho de Azucena, el más adorable y afelpado.

NIÑOS
Algarabía en el patio escolar tras el muro que lo separa de la vereda, por donde camino atento al barullo. Todos los niños ­la muralla no me permite verlos­ gritan al unísono pasalapelota aycorré daleluisita y chillidos de sorpresa, alegría de la ronda y esa estridencia y las carreras hasta una raya blanca pintada sobre los mosaicos  elúltimocoladeperro ganéyonovale ¿ysijugamosalasestatuas? Cortomano cortofierro, sosmalaeh? Atraído por el bochinche  infernal me empino y miro por encima del antipático muro divisorio. Veo un patio desolado, una escuela en ruinas.

VIVERE STANCA
Cesare Pavese estaba allí: no podías creerlo. Sentado ante la mesa de tus desayunos, los Diálogos con Leucó frente a él, la lapicera en una mano. Apenas si alzó la cabeza para dirigirte un saludo y escribir en la primera página del libro: "Perdono a todos y a todos pido perdón. No armen demasiados chismes..." Ajustó sus anteojos apretándolos contra el puente de la nariz. Afuera cantó un pájaro, se oyó a un pregonero que recorría las calles soleadas de Turín. ¿Turín? ¿No habías despertado de un sueño ligero en tu casa de Villa del Parque? Viste a Pavese hacer tres llamadas, a tres mujeres a las que sin éxito invitó a salir. Tuviste un sobresalto cuando extrajo un sobre, lo abrió y derramó las pastillas sobre la mesa. Supiste. Pero no lograbas dar un paso. Querías gritar: "No lo hagas". Luego que él terminó de ingerir los dieciséis comprimidos adivinaste, sin leerla, la última frase de su Diario: "Basta de palabras. Un gesto. No escribiré más". El almanaque, que en la mañana proclamaba 27 de agosto de 2007, ahora gritaba ese mismo día, pero de 1950. Sólo al llegar la muerte pudiste abandonar, abrumado, aquel cuarto del turinés Hotel Roma. Estabas otra vez en tu casa. Un pájaro se desangró en el aire.

CHERCHEZ LA FEMME I
Labios gruesos, palpitantes; senos que desbordan la blusa y obligan a subir la mirada hasta sus ojos, o bajarla para que acaricie las manos perfectas: inventar a esa mujer exigió menos esfuerzo que el de ponerse a su altura.

NO APTO PARA MENORES
Ese hermafrodita se amaba apasionadamente.

DEJARLA IR...
Guardaste en gavetas y estantes los mínimos objetos de tu mujer, muerta. Cada tanto abrías aquellos compartimientos para estudiar, con desvelo, los muñequitos de metal y madera, el prendedor que remedaba un guerrero africano, el par de guantes de cabritilla hechos un guiñapo, hombreritas, monedas aptas para evocar el viaje a Europa, cuadernos y recetarios y partes médicos. Hasta que un día comprendiste: no se trataba de que no supieras qué hacer con aquellos bienes privados y atesorados por años como una culpa. Ocurría que ellos debían cumplir obligatoriamente su período en el limbo. Para aprender, también, a irse.

JORGE ARIEL MADRAZO (Buenos Aires, 1931). Poeta, narrador, periodista.
Vivió varios años en Caracas. Ha publicado, entre otros: Breve historia del bolero (ensayo, 1980), Espejos y destierros (poesía, 1982), Blues de muertevida (poesía, 1984), Ventana con Ornella (narrativa, 1992), Piedra de amolar (poesía, 1995),
Mientras él duerme (poesía, 1997), La mujer equivocada (narrativa, 2006), Quarks
(minificción, 2006), Gardel se fue a la gue
rra (novela, 2011).


1 comentarios:

ariel | 30 de noviembre de 2014, 19:58

MUCHAS GRACIAS, FICCIÓN MÍNIMA.

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