Las microficciones de Graciela Tomassini
Botellas
Hay una vitrina en Roma donde se exhiben botellas de diversos tamaños, formas y colores.
Botellas ínfimas, hechas para contener perfumes o portar venenos, botellones opalinos, vasijas ventrudas de vidrio sutil, cuya entraña perfectamente esférica gesta interminablemente un navío construido con fósforos o escarbadientes; vasos rojos en forma de zapatilla de baile o de papagayo, una botella como un ánade azul, otra como un tigre amarillo, retortas, redomas, botellas de Leyden, tubos de ensayo, generosas damajuanas con picos de pájaros, vasijas con forma de cabeza de cerdo o de pirata, otras como manos rosadas o blanquísimas, con uñas pintadas.
Abigarradas en el discreto espacio del exhibidor suavemente iluminado, las botellas componen una perfecta naturaleza muerta. Vaciadas de los licores que alguna vez contuvieron, las variopintas redomas conservan un sedimento púlveo o viscoso de vino, sangre, tósigo, agua tofana, cuya prolongada ausencia no evita que las huellas tiñan levemente los fondos, como una resaca que no termina de despedirse.
Los brillos pálidos, exangües, de los vidrios vacíos cruzan sus reflejos bajo los focos empañados, y uno se pregunta si dialogan en la cálida noche romana, si se cuentan historias de fogosas pasiones o crímenes secretos, o si en cambio esperan que un incauto coleccionista ceda al impulso de comprar alguna, seducido por su rareza. En ese caso, el maleficio no se activará mientras el corcho permanezca en su sitio.
Desconcierto barroco
A regañadientes, el anticuario accedió a mostrarme la miniatura. Parecía una moneda de cinco centavos en el hueco de su palma. Dijo que era imposible calcular su valor: una pieza única, no sólo porque quizás no hubiese otra de su género, sino porque el resto de la obra del Fernandinho había sido quemada por el Santo Oficio, apenas unas horas antes de que el cuerpo del pintor ardiera en la misma pira.
Inscripto en el óvalo de la medalla, un ángel casi envuelto en sus propias alas, extendía hacia el contemplador una mano abierta, como en un gesto de invitación.
Si el resto de la obra de este artista desconocido era de parecido talante, no me explicaba por qué había sufrido la infausta suerte de los herejes.
Las miniaturas no revelan sus secretos al ojo nudo, dijo el Anticuario, como respondiendo a mi muda observación. Habló largamente de diminutas figuras o símbolos, minuciosamente disimulados en cabelleras o en los pliegues de las vestiduras, semblantes bestiales ocultos en los rizos de las barbas o en las circunvoluciones de alguna oreja. Las formas perceptibles, pequeñísimas en sí mismas, inscriben una dimensión espacial que se abisma más allá de las puertas de lo visible. Probablemente, sospecharon mucho más del Fernandinho que de ningún otro. Era mulato, de madre yoruba. Su padre, hidalgo y dueño de una plantación de tabaco en el norte de Brasil, lo envió a estudiar a Lisboa, pero el destino lo llevó a Roma, de la mano de Francisco de Holanda, quien lo recomendó al famoso miniador Julio Clovio, il piccolo Michelangelo, maestro de El Greco e iluminador del Libro de las Horas del Cardenal Farnese. No contaba aún catorce años el Fernandinho cuando asombró a sus maestros con su Pequeña Anunciación, más tarde juzgada como herética. La joven Virgen no aparecía allí en actitud sumisa de recogimiento, sino de pie y con la cabeza ligeramente echada hacia atrás, como en éxtasis. Si se observaban los ojos bien abiertos con una lente de poderoso aumento, se podía ver inscripto en ambas pupilas el doble reflejo del Mensajero, realizado en lámina de oro. Se tiene noticia de otra de sus obras, un retrato en miniatura del Cardenal Infante Don Henrique, hermano de don Joao III y Gran Inquisidor de Coimbra. Se dice que la luz de los ojos del adusto semblante reflejaba la imagen de una cortesana con el opulento seno descubierto que ofrecía con insinuante gesto un racimo de uvas negras.
La leyenda magnifica el virtuosismo manierista del Fernandinho, llamado O Olho por sus contemporáneos. Se le atribuyen perfecciones inhumanas, como la de representar no sólo el mundo atrapado en los ojos de la figura pintada en primer plano, sino también, en una dimensión imperceptible aunque con rigurosa definición, el objeto de la mirada del personaje contemplado.
Tal vez acicateado por mi gesto de incredulidad, el Anticuario me alcanzó una lupa y bajó la lámpara para concentrar el cono de luz. En las pupilas del Angel se apreciaba, con impecable precisión, la polícroma imagen de Janaína-Jemanjá, no la estilizada versión del sincretismo religioso, sino la multípara reina pródiga y fecunda, generosa de pechos y caderas, resplandeciente en su negritud.
Memoria sobre la desaparición de la especie Brunfelsia Australis
Brunfelsia australis, planta aborígen de América del Sur, nombre común: Jazmín del Paraguay, Solana Furiosa, Jazmín América.
Brunfelsia australis, arbusto perennifolio, de copa globosa, hojas alternas, simples, cortamente pecioladas; flores levemene cigomorfas y muy fragantes, de color violeta que cambia a blanco antes de desprenderse y caer, en lento vuelo espiralado.
No puedo decir con certeza cuándo percibí su ausencia. Como pasar de un continente a otro sin darse cuenta. Como cambiar de rostro, y no encontrarse más en el espejo. No sé si pasó de repente, o si fui yo que de repente comencé a extrañarla.
Es inútil preguntar por ella en los viveros: la confunden con otras especies, o fingen ignorar su existencia. Los empleados de Parques y Paseos, todos jóvenes, me miran extrañados, creen que estoy loca. No sólo la han erradicado, también han extinguido su memoria. No figura en las taxonomías actuales; para encontrar su descripción, hay que consultar las viejas Historias Naturales, como la de Romualdo González Fragoso, en tres tomos con ilustraciones.
Pero eso no es todo. También la borraron de
No es casual que la flor cuya fragancia insufla vida a los recuerdos perdidos haya sido minuciosa e implacablemente condenada a una extinción no sólo física. Poderosas sombras han decidido exonerarla de la memoria colectiva, porque han comprendido que, en las manos apropiadas, el Jazmín América es un arma mil veces más efectiva que aquellas que promueven la destrucción.
Pero quien logró como yo escuchar la voz del jazmín en el silencio de la noche no olvida. Esa dulce aterciopelada voz sigue hablando en mi cabeza, y por eso busco, por eso recorro los caminos, me meto en las frondas, exploro las ruinas de los conventos y los patios de las posadas fascinada por un eco que me sigue hablando de aquéllo, de lo único que importa.
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Viernes de 12 de la noche a 1 de la madrugada
3 comentarios:
Qué maravillosa y bienvenida sorpresa.
Impecables los trabajos académicos de Graciela Tomassini, y ahora un placer descubrir su escritura de ficción. ¡¡¡Adelante!!!
Graciela, magníficos cuentos. Sandra tiene razón, qué maravillosa sorpresa. Felicitaciones
¡Muy buenos los cuentos, Graciela! Y felicitaciones por los nuevos proyectos.
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