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Microrrelatos de José Emilio Pacheco (1939-2014)


PARQUE DE DIVERSIONES
A mí me encantan los domingos en el parque, puedo ver tantos animalitos que creo que estoy soñando o que voy a volverme loco de tanto gusto y de la alegría de ver siempre cosas tan distintas y fieras que juegan o se hacen el amor y cuidan a sus crías o están siempre a punto de hacerse daño y me divierte ver cómo comen lástima que todos huelan tan mal o mejor dicho hiedan, pues por más que hacen para tener el parque limpio, especialmente los domingos todos los animales apestan a diablos, sin embargo, creo que ellos al vernos se divierten tanto como nosotros por eso me da tanta lástima que estén allí siempre porque su vida debe ser muy tediosa haciendo siempre las mismas cosas para que los otros se rían o les haga daño y no sé cómo hay quienes llegan hasta mi jaula y dicen mira que tigre, no te da miedo, porque aunque no hubiese rejas yo no me movería de aquí ni les haría ningún daño. Pues todos saben que siempre me han dado mucha lástima.

(Tomado de http://minisdelcuento.wordpress.com/category/jose-emilio-pacheco/)

LOS CONSPIRADORES
No queremos dejarla en paz. Antes de suicidarse, B llamó a sus amigos. No dijo lo que intentaba ni alcanzamos a imaginarlo. B no había hecho simulacros ni ensayos generales. Nadie acudió al llamado. El abandono es injustificable. Pero, como es de suponerse, tenemos paliativos, coartadas. El teléfono suena a medianoche. Hay sobresaltos. No somos los que fuimos. Ahora cada uno tiene deberes y necesidad de levantarse temprano.
El suicidio es una crítica radical a nuestro modo de vida y, en primer término, un asesinato simbólico. Todos sentimos que matamos a B, y ella, en venganza, acabó con nosotros. Nos sobrevaloramos al pensar que una palabra nuestra, un gesto solidario, los consuelos de la filosofía cristiana o estoica, la esperanza de la revolución mundial, la memoria de los buenos momentos en compañía, el despliegue de nuestras propias humillaciones y fracasos, un sarcasmo oportuno y escarnecedor… algo hubiera bastado para conjurar el suicidio.
Más que en nuestro íntimo sufrimiento, en estas maniobras se revela el horror de estar vivo. Nos sentimos tan culpables que nadie quiere cargar al culpa.
Entre habladurías y reproches directos, sostenemos una campaña cerrada para que alguno de nosotros expíe el remordimiento colectivo –y le haga a B en la muerte la compañía que no supimos hacerle en vida.

CUENTO DE ESPANTO
Violó la cripta a medianoche. Halló su propio cadáver en el sarcófago.

LA LECHERA
La lechera hacía proyectos mientras caminaba por la ciudad. De pronto, ella, su jarra y sus ilusiones se volvieron añicos en la explosión nuclear.

PROBLEMAS EN EL INFIERNO
Una vez cada cien mil años los demonios autorizan ochenta suicidios en el infierno. Nadie sabe quiénes serán los elegidos, y todos los habitantes bullen en adulación para los torturadores, intrigas y mala fe entre los torturados. El sector radical de los ángeles ha hecho pública su protesta a fin de que Dios, en Su Infinita Bondad, presione a los demonios. Porque no está bien que a la tortura de la infinitud se añada el castigo mediante la esperanza.

RELATO DE EUSTOLIA
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Me llamo Eustolia Valencia. Vine a Chicago cuando tenía dos años. Ahora acabo de cumplir diecisiete. Mi papá dejó a mi mamá. Luego ella murió y me adoptaron unos parientes suyos. Así que tuve una hermana, tres hermanos y otra mamá. Su esposo también la había abandondo. El hermano más grande me violó cuando yo tenía nueve años. Los otros también me usaron. Me daban dulces y centavitos y me decían que iban a matarme si lo contaba.
Entonces una prima que andaba por los doce años me dijo que me fuera con ella a trabajar de puta para que no me maltrataran (yo hacía todo el quehacer y nunca me mandaron a la escuela). Una noche me escapé. Mi prima Gloria me presentó a un señor llamado Mike: blanco él, pelirrojo, de unos cuarenta años. Mike me enseñó muchas cosas, comenzando por la droga. Me puso a trabajar en las calles. Aprendí a contar el dinero y un poquito de inglés. Yo hacía hasta cien dólares por semana porque entonces estaba muy bonita. Casi todo era para Mike. Si no juntaba esa cantidad me pegaba bien fuerte. Creo que se hizo rico pues tenía unas quince niñas trabajando. Las grandes no le interesaban. Se supone que estaba de acuerdo con la policía porque siempre que me agarraron luego me dejaron salir para ponerme bajo custodia de ¿quién cree?: del mismo Mike.
Pero él como se asustó y nos concentró en una casa cerca de Hyde Park. Mejoró la clientela y empezamos a cobrar más caro. Iban puros señores grandes, bien vestidos: doctores, abogados, comerciantes. A veces eran tantos en una sola noche que yo no quería seguir trabajando. Entonces Mike me pegaba con los puños y el cinturón. Una vez me dio coraje y me fugué. Ya andaba entonces por los catorce. Fui a mi casa y le dije a mi madrastra lo que era mi vida, por qué me escape y cómo mis dizque hermanos tenían la culpa de que yo fuera puta. Se enojó muchísimo. No me creyó una palabra y me sacó a empujones.
Junté dinero trabajando sola en los muelles. Estuve en un bar y hasta salí en algunas películas de ésas. De repente ya no hubo modo de ganarme la vida porque andaba con mi panzota de seis meses. Nadie me enseñó a tomar precauciones. Un señor me dio unos folletos pero no sé leer. Creo que fue la droga o la sífilis o el castigo de Dios por andar en esto. Pero mi niño nació malo. Pobrecito. No iba a dejarlo sufrir. Él que culpa tenía de todo. Era inocente. Por eso lo maté con la Gillete y luego me abrí las venas, aquí en los brazos y en el cuello: vea usted las cicatrices.
Nos encontraron los dos en un charco de sangre. Yo me salvé. Mi hijito no, por fortuna. Y ahora me sacan en los periódicos como ejemplo de lo que son los mexicanos y me tienen aquí en la cárcel, a lo mejor para toda la vida. Por lo pronto aún no me sentencian.

LA ZARPA
Padre, las cosas que habrá oído en el confesionario y aquí en la sacristía... Usted es joven, es hombre. Le será difícil entenderme. No sabe cuánto me apena quitarle tiempo con mis problemas, pero ¿a quién si no a usted puedo confiarme? De verdad no sé cómo empezar. Es pecado alegrarse del mal ajeno. Todos lo cometemos ¿no es cierto? Fíjese usted cuando hay un accidente, un crimen, un incendio. Qué alegría sienten los demás porque no fue para ellos al menos una entre tantas desgracias de este mundo.
Usted no es de aquí, padre, no conoció México cuando era una ciudad pequeña, preciosa, muy cómoda, no la monstruosidad que padecemos ahora en 1971. Entonces nacíamos y moríamos en el mismo sitio sin cambiarnos nunca de barrio. Éramos de San Rafael, de Santa María, de la colonia Roma. Nada volverá a ser igual... Perdone, estoy divagando. No tengo a nadie con quién hablar y cuando me suelto... Ay, padre, qué vergüenza, si supera, jamás me había atrevido a contarle esto a nadie, ni a usted. Pero ya estoy aquí. Después me sentiré más tranquila.
Mire, Rosalba y yo nacimos en edificios de la misma calle, con apenas tres meses de diferencia. Nuestras madres eran muy amigas. Nos llevaban juntas a la Alameda y a Chapultepec. Juntas nos enseñaron a hablar y a caminar. Desde que entramos en la escuela de párvulos Rosalba fue la más linda, la más graciosa, la más inteligente. Le caía bien a todos, era amable con todos. En primaria y secundaria lo mismo: la mejor alumna, la que portaba la bandera en las ceremonias, bailaba, actuaba o recitaba en los festivales. "No me cuesta trabajo estudiar", decía. "Me basta oír algo para aprendérmelo de memoria."
Ay, padre, ¿por qué las cosas están mal repartidas? ¿Por qué a Rosalba le tocó lo bueno y a mí lo malo? Fea, gorda, bruta, antipática, grosera, díscola, malgeniosa. En fin... Ya se imaginará lo que nos pasó al llegar a la preparatoria cuando pocas mujeres alcanzaban esos niveles. Todos querían ser novios de Rosalba. A mí que me comieran los perros: nadie se iba a fijar en la amiga fea de la muchacha guapa.
En un periodiquito estudiantil publicaron: "dicen las malas lenguas que Rosalba anda por todas partes con Zenobia para que el contraste haga resplandecer aún más su belleza única, extraordinaria, incomparable". Desde luego la nota no estaba firmada. Pero sé quién la escribió. No lo perdono aunque haya pasado más de medio siglo y hoy sea muy importante.
Qué injusticia ¿no cree? Nadie escoge su cara. Si alguien nace fea por fuera la gente se las arregla para que también se vaya haciendo horrible por dentro. A los quince años, padre, ya estaba amargada. Odiaba a mi mejor amiga y no podía demostrarlo porque ella era siempre buena, amable, cariñosa conmigo. Cuando me quejaba de mi aspecto me decía: "Qué tonta eres. Cómo puedes creerte fea con esos ojos y esa sonrisa tan bonita que tienes". Era sólo la juventud, sin duda. A esa edad no hay quien no tenga su gracia.

(Tomado de: http://1antologiademinificcion.blogspot.com/2011/03/jose-emilio-pacheco.html)


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La primera vez de Roberto Abad

LA VIDA FÁCIL
Se renta vieja musa, aliento fétido, piel arrugada, renca; sexo opaco. Ha pasado por innumerables autores que se dicen necesitados de creatividad, logrando en la mayoría de los casos un gran efecto. Hace sus visitas de noche. Sigilosa, entra en la cabeza como si procurara mantener el perfil bajo; algunos le piden que lo haga así. En el desorden de ideas que halla en cada cliente, existe en automático un avance sólo por su presencia. Aparece como un anónimo y hace lo suyo, y de qué manera. En la juventud acostumbraba ilusionarse con quienes la consideraban en los créditos, pero con el tiempo aprendió a separar el amor del oficio. La experiencia le ha enseñado dos cosas: el ego acaba con el arte, y jamás debe besar en la boca. Artistas, no teman, contraten sus servicios, trabaja sin mañas. No tiene otra ambición más que la de seguir viviendo. Aun así, garantiza la creación de una obra. Cobra poco porque sabe que su aspecto ya no es rentable. Y, sin embargo, inspira.

LA PRIMERA VEZ
Aquel precoz y virginal lector recordaría toda su vida la primera vez que se entregó a un libro por amor.

FUTURO SABIDO
Sus poderes clarividentes le mostraron que mataría, por eso huyó. También supo que irían a buscarlo, por eso cambió de domicilio. Cuando se enteró de que lo encontrarían, sustituyó su nombre. Al verse muerto, dejó de escapar. Consciente de su destino, optó por poner un puesto de periódicos. Y marchó bien, salvo que todas las noticias le resultaban antiguas.

ESTAS PALABRAS
Mi abuelo Alejandro era un gran músico. Tuvo once hijos de los cuales ninguno aprendió el oficio. Siempre sentí que le quedó un mal sabor de boca por no haber compartido sus conocimientos. Por eso, ahora que me visita por las noches, trato de no interrumpirlo cuando me enseña lo básico, a pesar de que ya lo sé. Y se esmera, realmente, en que sea mejor. Paso a paso, me da cátedra de las notas: “Éste es Sol Mayor, mira; éste es Re séptimo; si pones la mano así, es Fa menor”, explica con paciencia. Sonrío porque me da nostalgia. Como no tengo inconveniente en desvelarme, dejo que se explaye. Total, si va a gastar sus horas libres —ahora que tiene tantas— para venir conmigo y ser mi gran maestro, estoy ansioso de aprenderlo todo, otra vez, no importa que en cada lección repita lo mismo, y justo cuando intento abrazarlo se desvanezca como estas palabras, estas palabras, estas palabras, estas palabras, estas palabras. 

SOÑAR CON UN DALÍ
Un reloj sueña con un Dalí que se derrite. Un elefante sueña con un Dalí de piernas gigantes, alargadas hasta el cielo. Una granada sueña con un Dalí que vomita a un pez dorado que, al mismo tiempo, vomita a un tigre. En conjunto, cuando despiertan y las luces del museo se prenden, las pinturas descubren que la realidad es otra. No obstante, cuando termina el día y se quedan a oscuras nuevamente, sienten alivio porque al menos en sus horas de siesta pueden vengar las desfiguraciones —ideadas por un loco—, que los conocedores suelen llamar arte.

TALLEREÁNDOME
Un cuento está a punto de terminarme. Antes de mí, ha tirado varios intentos “fallidos”. Ha borrado gran parte de lo que en un inicio pude ser. Ha incluido piezas que van de lo experimental a lo clásico, y luego de vuelta, ubicándome en lo minimalista. En efecto, quiere crear algo innovador. Me corrige en todo momento, me analiza, me considera bueno. Finalmente, piensa que tal vez soy el definitivo, la versión más lograda, la última; pero aunque quiera aparentar otra cosa —lo sé muy bien—, en el fondo seguirá estando inconforme.

MAPAMUNDI
Al abrir los ojos sintió una patadita por Alaska; luego, un cosquilleo que le cimbró en la India, llegando hasta Europa Central. Pasaron unos minutos y una contracción le vino muy fuerte en México; enseguida, surgió un éter de humedad en Sudamérica, la fuente se había roto. Respiró hondo y se sobó el mundo. Lo que casi nunca, sucedía: estaba por dar a luz. Hizo un esfuerzo estridente y pujó hasta que un temblor en Francia, doloroso pero decisivo, le dio la fuerza para terminar de dar vida. Entonces sintió que los ríos y los mares, las montañas y los campos, las flores y los árboles, los hombres y los animales surgían con fuerza desde sus adentros, donde descansaba la matriz envuelta en magma resplandeciente. No hubo llanto del recién nacido, ni tampoco estimulación de algún tipo. Pero el rumor furioso de los mares dio a entender que el esfuerzo había valido la pena. El nuevo mundo, como si estuviera aprendiendo a caminar, comenzó a girar sobre su propio eje, preparando lo que podría ser el primero de sus amaneceres.
 
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