4 textos de 2 venezolanos


MIGUEL GOMES

Urbana
Urbana es el nombre de la mujer indefinida que buscaba. Pregunté por ella en una esquina y me señalaron cierto callejón a oscuras.
Ni siquiera había presentido quien podía estar allí.
Me detuve antes de entrar.
Miré a un lado y a otro; no vi a nadie.
Era el momento indicado, pensé. Pero si en toda mi vida jamás había aprovechado una buena oportunidad ¿por qué habría de aprovechar ésta?
Sin mirar atrás, regresé por donde había venido.

Cotidiana

Tras una discusión, coloqué a mi mujer sobre la mesa, la planché y me la vestí. No me sorprendió que resultara muy parecida a un hábito.

Visión memorable. Caracas: Fundarte, 1987.

ANTONIO LÓPEZ ORTEGA


La otra orilla

Como el río voraz que recoge su caudal en la vertiginosa corriente, la imagen vuelve a latir en mi recuerdo. Mi padre ha extraviado el rumbo en alguna carretera de mi infancia y quiere acortar camino atravesando el puente que ya roza peligrosamente la crecida. Mi madre se asusta y dice « no amor, por aquí no». Pero mi padre ensordece ante la súplica y aventura el Plymouth azul sobre los gruesos maderos de la base. Yo me asomo por la ventanilla, yo me asomo para ver los cauchos sumergidos en el agua marrón, yo me asomo para sentir el temblor del corazón en mi garganta. Una sacudida nos suspende en el aire como si el vehículo respondiera al timón alocado de la balsa que ya casi somos.
Ganada finalmente la otra orilla, apagado el lloriqueo de mi hermana y vueltos a su órbita los ojos de mi madre, alcancé a ver el rostro sudoroso de mi padre: una tibia sonrisa, sí, una apuesta que el azar le consentía en las manos temblorosas, una secuencia vuelta pedazos que aún reconstruyo bajo el hierro al rojo vivo de los días.

Naturalezas menores. Caracas: Alfadil, 1991


Madamas
Fuimos a El Callao y no vimos nada. Sólo gente agitada, borracha, semidesnuda, celebrando el Carnaval.
Nos habían hablado de un fulgor que ya no existe, de un colorido, de una tradición enterrada de la que ni el aire preserva una huella.
En las arterias centrales, las tiendas de oro estaban cerradas con barrotes.
La gente se concentraba toda en largas y sudorosas comparsas que avanzaban por algunas calles presididas por un dispositivo de altavoces rodante. Eran serpientes humanas que evolucionaban ciegas bajo una música sórdida, altisonante, repetitiva.
Nos refugiamos en la Plaza Bolívar: una explanada de concreto, un ensayo cívico, polvoriento y embasurado, por donde habían pasado las hordas minutos antes.
De golpe, un destello de sol nos las mostraba sentadas en un banco de plaza: aisladas, meticulosas, ya mayores, tres elegantes madamas se entendía en patois bajo el tinte negro y sonriente de sus rostros

Lunar. Caracas: Fundarte, 1997

1 comentarios:

DANIEL SÁNCHEZ BONET | 28 de diciembre de 2009, 9:16

el de cotidiana es sin duda uno de esos microrrelatos que dan forma al género, un paradigma, parada obligatoria para aquellos que cultivan el género.

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