Microrrelatos orales: Juan Luque
Ojos cambiantes
A lo lejos, la marea. Él observaba en el espejo los surcos de su rostro. Algunas arrugas, algunas cicatrices. Observaba las gotas de transpiración que descendían lentamente, tomando a veces el largo camino de la sinuosa cicatriz que comenzaba en la ceja y terminaba en el mentón. Observaba sus delgados labios, que no sentían el calor de otra boca hacía ya mucho tiempo. Observaba su barba rala, su nariz aguileña, sus patillas casi inexistentes. Luego se dispuso a observar sus ojos verdes, que cambiaban a celeste cuando salía de la cabaña y caminaba unos metros hasta estar cerca del mar. Ahora eran verdes, y los observaba fijamente, concentrado sólo en ellos. Los observaba, y de fondo escuchaba la marea. Llevaba mucho tiempo frente al espejo, quién sabe cuánto exactamente. Observó sus ojos hasta que se pusieron celestes, y la ola fue tan grande que nunca volvieron a ser verdes.
El descensorista
Su trabajo comenzó como el de cualquier otro operario: subía y bajaba pasajeros que se dirigían a oficinas de hechiceros de las leyes, intermediarios de travesías mundanas y fabricadores de números. Pero con el tiempo se cansó de subir y decidió que dedicaría su vida al ejercicio del descendimiento. Desde aquel entonces, hace ya centurias, el descensorista no desafía más a la gravedad y sigue el rumbo natural de las cosas. Pero, oh destino, siempre cruel, su despiadado descensor lo ha atrapado y ahora la caída es perpetua. No se detiene más, su puerta ya no se abre. El descensor baja y baja y el descensorista llora solo, atrapado entre rejas y botones y una palanca que no sirve para nada más que rascarse la espalda. El final del descensorista es triste y solitario, pero sobre todo, incierto. Ya nadie sabe por qué subsuelo anda.
El autor
Juan Ignacio Luque es un traductor rosarino de 26 años. A veces se anima a desarticular las ideas que dan vueltas por su cerebro y las convierte en cuentos o microrrelatos. Le gustan mucho las películas de Stanley Kubrick y los libros de Ursula K. Le Guin. Antes era fundamentalista del invierno, pero de a poco va entendiendo que cada estación tiene cosas buenas. Si les interesa leer otras mentiras elucubradas por él, pueden dirigirse a http://www.milmonosconmilmaquinasdeescribir.blogspot.com.
1 comentarios:
Soy muy fan de Mil Monos con Mil Máquinas de Escribir.
El tipo la rompe.
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