La primera vez de Roberto Abad
Se renta vieja
musa, aliento fétido, piel arrugada, renca; sexo opaco. Ha pasado por
innumerables autores que se dicen necesitados de creatividad, logrando en la
mayoría de los casos un gran efecto. Hace sus visitas de noche. Sigilosa, entra
en la cabeza como si procurara mantener el perfil bajo; algunos le piden que lo
haga así. En el desorden de ideas que halla en cada cliente, existe en
automático un avance sólo por su presencia. Aparece como un anónimo y hace lo
suyo, y de qué manera. En la juventud acostumbraba ilusionarse con quienes la
consideraban en los créditos, pero con el tiempo aprendió a separar el amor del
oficio. La experiencia le ha enseñado dos cosas: el ego acaba con el arte, y
jamás debe besar en la boca. Artistas, no teman, contraten sus servicios,
trabaja sin mañas. No tiene otra ambición más que la de seguir viviendo. Aun
así, garantiza la creación de una obra. Cobra poco porque sabe que su aspecto
ya no es rentable. Y, sin embargo, inspira.
LA
PRIMERA VEZ
Aquel precoz y
virginal lector recordaría toda su vida la primera vez que se entregó a un
libro por amor.
FUTURO
SABIDO
Sus poderes
clarividentes le mostraron que mataría, por eso huyó. También supo que irían a
buscarlo, por eso cambió de domicilio. Cuando se enteró de que lo encontrarían,
sustituyó su nombre. Al verse muerto, dejó de escapar. Consciente de su
destino, optó por poner un puesto de periódicos. Y marchó bien, salvo que todas
las noticias le resultaban antiguas.
ESTAS PALABRAS
Mi abuelo
Alejandro era un gran músico. Tuvo once hijos de los cuales ninguno aprendió el
oficio. Siempre sentí que le quedó un mal sabor de boca por no haber compartido
sus conocimientos. Por eso, ahora que me visita por las noches, trato de no
interrumpirlo cuando me enseña lo básico, a pesar de que ya lo sé. Y se esmera,
realmente, en que sea mejor. Paso a paso, me da cátedra de las notas: “Éste es
Sol Mayor, mira; éste es Re séptimo; si pones la mano así, es Fa menor”,
explica con paciencia. Sonrío porque me da nostalgia. Como no tengo
inconveniente en desvelarme, dejo que se explaye. Total, si va a gastar sus
horas libres —ahora que tiene tantas— para venir conmigo y ser mi gran maestro,
estoy ansioso de aprenderlo todo, otra vez, no importa que en cada lección
repita lo mismo, y justo cuando intento abrazarlo se desvanezca como estas palabras,
estas
palabras, estas palabras, estas palabras, estas palabras.
SOÑAR
CON UN DALÍ
Un reloj sueña
con un Dalí que se derrite. Un elefante sueña con un Dalí de piernas gigantes,
alargadas hasta el cielo. Una granada sueña con un Dalí que vomita a un pez
dorado que, al mismo tiempo, vomita a un tigre. En conjunto, cuando despiertan
y las luces del museo se prenden, las pinturas descubren que la realidad es
otra. No obstante, cuando termina el día y se quedan a oscuras nuevamente,
sienten alivio porque al menos en sus horas de siesta pueden vengar las
desfiguraciones —ideadas por un loco—, que los conocedores suelen llamar arte.
TALLEREÁNDOME
Un cuento está a
punto de terminarme. Antes de mí, ha tirado varios intentos “fallidos”. Ha
borrado gran parte de lo que en un inicio pude ser. Ha incluido piezas que van
de lo experimental a lo clásico, y luego de vuelta, ubicándome en lo
minimalista. En efecto, quiere crear algo innovador. Me corrige en todo
momento, me analiza, me considera bueno. Finalmente, piensa que tal vez soy el
definitivo, la versión más lograda, la última; pero aunque quiera aparentar
otra cosa —lo sé muy bien—, en el fondo seguirá estando inconforme.
MAPAMUNDI
Al
abrir los ojos sintió una patadita por Alaska; luego, un cosquilleo que le
cimbró en la India, llegando hasta Europa Central. Pasaron unos minutos y una
contracción le vino muy fuerte en México; enseguida, surgió un éter de humedad
en Sudamérica, la fuente se había roto. Respiró hondo y se sobó el mundo. Lo
que casi nunca, sucedía: estaba por dar a luz. Hizo un esfuerzo estridente y
pujó hasta que un temblor en Francia, doloroso pero decisivo, le dio la fuerza
para terminar de dar vida. Entonces sintió que los ríos y los mares, las
montañas y los campos, las flores y los árboles, los hombres y los animales
surgían con fuerza desde sus adentros, donde descansaba la matriz envuelta en
magma resplandeciente. No hubo llanto del recién nacido, ni tampoco
estimulación de algún tipo. Pero el rumor furioso de los mares dio a entender
que el esfuerzo había valido la pena. El nuevo mundo, como si estuviera
aprendiendo a caminar, comenzó a girar sobre su propio eje, preparando lo que
podría ser el primero de sus amaneceres.
3 comentarios:
Me encantaron estos micros de Roberto Abad, EXCELENTES todos. Si tuviera que elegir, me quedaría con "Mapamundi", me pareció sumamente original. Y de yapa, me quedaría con "Tallereándome", le da una fabulosa vuelta de tuerca a eso mismito que hacemos los escritores con los cuentos.
Hace mucho que no paraba a comentar, un placer volver a leerlos.
Cariños, Mariángeles
Mi blog: UNA FINA CUERDA DE INCERTIDUMBRE, http://mariangelesabelli.blogsapot.com.ar/
Me da mucho gusto leer aquí a Roberto: me consta que está trabajando muy fuerte en sus textos. Va un abrazo.minificcional.
Muchas gracias por detenerse un rato a leer y comentar. Un abrazo.
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