Dos de Alfonso Solano
Foto: Alexis Pérez Luna
Un día en que
sentía una necesidad desconocida de saltar al vacío, subí al piso de arriba en
donde vivía, por unas largas escaleras, escabrosas, oscuras. Al llegar a la
puerta de la única habitación que había en ese piso, extendí mi codo, empuñe mi
mano y, finalmente, toqué fuerte con los ojos cerrados la madera dura de la
puerta con mis nudillos. Ante mi asombro, apareció un ser indescriptible que no
había nacido para abrir puertas. Solo pronunció una palabra: “Pase”. Y, como en
un sueño borgiano, la noche se volteó. Ahora no sé en donde estoy.
SARTRIANA
Andrés se quedó
mirando su reloj y exclamó en silencio: -es la una y media- luego pensó
cavilante: “siempre se hace tarde”. De pronto, apareció ante él, la imagen de
un hombre con tono y cadencia afrancesada que acercándose y mirándolo directo a
sus ojos le pronunció con un sigiloso y elegante gesto: “el hombre es la suma
de sus actos”. Pero, para Andrés, era la suma de su desatino, pues iba a verse
con su novia esa tarde y el ómnibus pasó de largo y lo dejó varado en la
parada. Si, Jean Paul tenía razón.
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