De Este a Oeste se mueve el sol de Virginia Vidal
Fotografía de la serie "Asia" de Alexis Pérez-LunaCONSPIRACIÓN DE LA MUJER DE PEKÍN
Hace quinientos millones de años, en la Cueva de Chukutien, una vez
más las familias todas se cobijaban aterrorizadas. Afuera ardía el ginkgo
asaltado por el rayo. Una mujer se decidió a salir y cogió tizones encendidos.
—Ya, los niños a coger ramas.
¡Armemos una pila en el centro de la cueva!
Esta vez, ahí mismo asaron los
pinchos con trozos de carne y se dieron
el gran banquete. Afuera llovía a cántaros.
Cuando el temporal hubo amainado, la
mujer les mandó a traer más ramas y troncos, en medio de las protestas de los
hombres:
—Mujer, estás loca. Sólo a ti se
ocurre semejante sandez.
—¡Nos vamos a quemar todos!
—¡Quieres acabar con nosotros!
—En vez de quejarse, encuclíllense
alrededor del montón. ¡Si lo queremos conservar, soplemos todos a una!
Formaron una ronda de cabezas y todos
conspiraron, decididos a mantener y retener el fuego.
Pasado el Canal del Dragón, cerca del
Puente del Cielo, mirábamos por los agujeros de un biombo y nos enniñecíamos
mientras los niños se adultaban, todos invisibles para Diente de Oro. Él, sólo
ante un telón pintado, cautivaba con sus artes de cuentero a esos ojos
aseteantes de su aura. Matizaba los tonos del lenguaje mandarín y demostraba
que la voz humana puede saltar todas las fronteras idiomáticas. Comparable al
grillo en un estante de libros, Diente de Oro pudo evocar todas las formas del
amor, la lucha y la muerte. Sus finas manos eran avaras para poner énfasis con
gesto preciso a su relato. Su cabeza rapada daba realce a los ojos intensos y
de la boca sonreída surgía el rayo luminoso de su diente. Diente de Oro es
inmortal. Él hizo de nuestras almas pantallas tensas para proyectar las
películas de pura fantasía.
La única construcción humana que se ve desde la Luna es casi tan larga como
el más largo país del mundo (mi arteria de la vergüenza y el dolor). Mientras
la caminaba sumida en confusión de tiempo y distancia, mis hijos se asomaban
por las almenas e imaginaban batallas que jamás ocurrieron. Fue levantada por
millares de mujeres y hombres esclavos. Iban muriendo medida del hambre, la
extenuación y los castigos brutales. Entonces sus cuerpos eran descuartizados y
mezclados con la argamasa para unir las piedras.
Nací con el siglo pasado, como otras
mujeres de mi aldea.
Cuando constatamos que
en una mujer todos los caminos se queman, fundamos una hermandad. Nos
escondíamos en el ático para practicar la escritura secreta llamada Nu-Shu. En
abanicos y pañuelos, en cuadernos cuidadosamente plegados estampamos textos de
nuestro sistema de escritura y también lo ocultamos en muestras de bordados.
Pincel en mano, aguja en mano, evocábamos el cielo de la niñez anterior a la
miserable vida matrimonial. Para cada una, de nosotras, todo empezó cuando
nuestros padres dieron a un desconocido un papel rojo con la fecha de
nacimiento escrita, como prueba del compromiso. A mí me cambiaron por una
vaca...
Transcurrió la
historia, los ejércitos pasaron y cambiaron uniformes, mas todos buscaron
nuestra escritura Nu-Shu decididos a destruirla...
*
Homenaje a Yang Huanyi (la
última mujer china que dominaba la escritura nushu), escrito antes de su
muerte, ocurrida el 20 de septiembre de 2004. Este
sistema de escritura se creó hace cuatrocientos años y fue utilizado por las
mujeres de la minoría étnica Yao en la provincia de Hunan. Con la desaparición de Yang Huanyi, esta
escritura compuesta por setecientos ideogramas perece con ella.
A Poli Délano
Pasarán
mil años antes de que suba a un escenario otro Mein Lan-fang. ¿Quién diría que
un alto y macizo adulto mayor, nacido con el siglo, pudiera jugar en los
sesenta a la concubina quinceañera? No sus pasos recios ni su imponente
apostura prevalecen en la memoria: de modo definitivo se nos grabó la niña
sufriente. Incapaz de vivir sin su amado, se desliza con aleteo de mariposa
como si sus pies no rozaran el suelo. La máscara pintada en el rostro puede
expresar más pasión y emoción que todas las caras lavadas y trasparentes.
Travestido de
muchachita nacida en remota dinastía, Mein Lan-fang fue el actor supremo de la
Ópera China en los tiempos del Presidente Mao.
Pudo demostrar que
también se muere de amor.
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