Ficticianos en Ficción mínima
ROSA DELIA GUERRERO
Por lo general, vivo en Irapuato, Gto. cerca de la ciudad de México. No sé qué fue primero, si la música, el baile, la pintura, la escultura, el piano, la flauta, la literatura, escribir o la fotografía. En orden cronológico guardan épocas, todo ello conforma y construye mis mundos. Cada verano emigro, en una danza itinerante poniendo distancia o acercando las circunstancias, los personajes y en ello, a mí misma. Por más de 20 años, el punto es París, entonces la vida toma otra densidad. A veces creo que estoy desfasada en el tiempo, una lucha eterna con cronos por tratar de hacer todo aquello que me propongo y más. Cada día lo veo como una oportunidad de crecer, de descubrir y redescubrirme en un diálogo con el otro. Lo geográfico es lo menos importante, quizá la esencia y lo que se es, es, lo que de forma burda, con intentos necios, se va plasmando y queda. Todo está por descubrir.
Minette
Toda la realidad, toda por completo, habita en el brillo de su mirada. Primero fue el tiempo, quieto presagio de tardes de aguacero; luego, la luz perpendicular de las montañas y el polvo de las cosas; ahora atrapa, una a una, las perspectivas que nacen tras cada parpadeo. Cualquier trazo constituye una sorpresa extraordinaria que surge y termina sobre la fragilidad de un guiño: Una gota en la ventana, el suspiro del reloj, todo suceso —¿grande?, ¿pequeño?— se fotografía en una imagen inédita tras el azogue azul del iris diminuto. Todo es acertijo, todo pasmo, maullido y pestañeo, todo es eterno pese a lo efímero.
Secretos
En aquellas noches de lluvia el miedo venía y me devoraba. Con extraña velocidad surgían historias de la nada y las pequeñas manos sudorosas quedaban paralizadas sobre mi rostro. Me ahogaba en el intento por gritar. Temerosa, escondía el tiempo y la oscuridad bajo la almohada. Lloraba en silencio inventos de lágrimas.
Sentado sobre la silla, fingiendo no estar, se encontraba un monstruo deforme al que yo le acomodaba ojos, bocas miles y pasos con sonido de tic-tac. Como señal inequívoca de su enojo los truenos lo estremecían todo mientras, él, trepaba por mis pies con manos en forma de lenguas hasta que el cansancio me vencía.
Oculto, el muy tirano, aún pernocta en mis sueños.
Entre los cuerpos
Diminutas, como de mosca, sus patas me acarician; mi cuerpo, entre cacharros y basura, yace en lóbrega humedad. La araña baja y sube por mis párpados cerrados, besa mis labios y en el caracol de mis orejas, se tiende -por vicio- a dormir. Medito en los artefactos que habitamos el lugar: lluvia, gusanos y hierba silvestre; flores de invernadero que sólo por algún tiempo vinieron a dejar los otros; oscuridad y silencio atropellado por el sonido del tren que pasa a un costado del cementerio: un muro lleno de cuarteaduras. La arañita ha hecho apacible la estancia. Por un momento pienso en aplastarla, pero mis manos son de trapo. Su telaraña abriga mi soledad.
Invento de rieles
El tren sale puntual. Caminar lento en un principio, luego el vértigo de la velocidad. Pasa el tiempo, unos minutos y arribaremos al destino. El tren se detendrá. Por alguna extraña razón la estación queda atrás. Afuera todo es paisaje en cámara rápida, árboles en movimiento, ráfagas de cielo azul.
Tiro del mecanismo para frenar. No obedece. Enciendo un cigarro con las manos temblorosas. Siento la angustia recorrerme por dentro, todo es confusión y desorden. Comienzo a ir de un vagón a otro abriendo puerta tras puerta y descubro lo sorprendente: soy la única pasajera.
Sentada en el absurdo leo el periódico. Tiene fecha del día de mañana.
Arlequín
Sobre el dibujo de su sonrisa duerme una profunda tristeza de colores brillantes. El rostro permanece ausente.
Otredad
Sobre el horizonte, el paisaje era isla. Unos cuantos pasos y es mar, sin distancias ni tiempo, entre sueños de lluvia te acaricio.
Lienzo sobre óleo
Un reloj olvidado aquí, otro un poco allá, uno más cuelga de la rama de lo que parece un árbol. Todo ha sido dispuesto con precisión total. Cierro el tiempo más pequeño y lo coloco cerca, rodeado de seres diminutos que suben y bajan por su faz sin saber a dónde van.
Un segundo flexible vuelve blandas las carátulas y la soledad. Hago un ejercicio para recordar. Se me queda extraviado en algún lugar el Cabo de Creus y el azul mar. Camino sobre la arena y tropiezo con mi cuerpo que yace dormido. Sueño en vida encerrada en ese vértigo sin tiempo.
Todo se ha ido, el ayer y lo conocido. Van a dar las siete y todo persiste. Hasta la transparencia de unas alas de mosca.
Sinfonía urbana
La calle se desdobló, la luz del farol se hizo penumbra y lo cotidiano huyó calle abajo. El amanecer, el puesto de tamales, el repartidor de periódicos, la mujer de tacones rojos que solía esperar todas las noches hasta la madrugada y los sonidos que ayudaban a dibujar la escena no habitan más; sólo el maullido de un gato que me observa fijo a los ojos. El brillo de su mirada me impide escapar.
El tiempo sigue su curso. Todo permanece igual. Pienso en la navaja que tengo en el bolsillo. Un ahogo, la asfixia y la nada. Mis manos tienen sangre. Las miradas acarician un reflejo de metal. En el pavimento sólo queda la nitidez del silencio.
Los árboles tapan el bosque
Otro verano más en el acostumbrado hotel de París, ese lugar que forma ya, parte de la escenografía biográfica de repeticiones memorables. Sobre el espejo de la habitación la silueta desnuda, apenas por instantes, justo antes de meterse entre lo blanco de las sábanas. A partir de entonces los territorios se confunden, las manos recorren, paso a paso, cada espacio, luego cambian de ritmo, los labios se abren y encuentran un vértice. Tu mundo penetra al otro, el mío.
Bajo la tenue luz, el paisaje desaparece con la vida entera desfilando ante mis ojos.
*Titulo tomado de Joan Manuel Serrat
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