Hombre que llora. Carlos Almira Picazo
Un desconocido llora solo en el compartimiento de un tren. Cuando está a punto de desvelarse la causa de su aflicción, de pronto el tren se detiene en medio de un páramo. Caras de asombro pegadas en las ventanillas; el estupor, el vaho y los murmullos recorren los vagones, entre corrientes inmisericordes. De pronto alguien recuerda al hombre que llora. Cunde la sospecha, la alarma, de que tenga algo que ver con la brusca detención del convoy. Se elige inmediatamente un comité, en representación de los viajeros (a quienes esperan novias, madres y trabajos) para que aporree la puerta del compartimiento del hombre que llora. Al poco, resuenan los pasos, las voces educadas pero firmes, que exigen explicaciones. Un silencio mortal del otro lado. Algunos, pero no están seguros, creen distinguir el llanto aunque muy tenue, tras la puerta atrancada. Se decide por unanimidad echarla abajo, quebrar el cristal, y obligar al hombre que llora a deponer su pena inconsolable.
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