Seis textos de Marcelo Gill

LA DUEÑA
Le dijo que la amaba, que ella era la única dueña de su alma y de su corazón. Su amor fue correspondido. Se casaron y tuvieron una nena.
Pero luego de diez años se separaron por diferencias irreconciliables. Ella se fue de la casa y se llevó a la nena.
A los pocos días volvió, reclamando el alma y el corazón de su ex esposo. Se los tuvo que dar.
La falta de alma casi no se nota en el hombre, excepto quizá por su mirada perdida.
Sin embargo, el lugar donde estuvo el corazón nunca cicatriza del todo, y por más vendas que se ponga, la sangre siempre mancha un poco sus camisas.

UN MAGO
A este mago, en cambio, todo le salía mal.                   
Cuando quería sacar una paloma de su sombrero, salía un cuervo que intentaba picotearle los ojos. Una vez, sacó un tigre en lugar de un inocente conejo blanco. Afortunadamente, ni nuestro mago ni nadie del público salió herido.                
Su debilidad eran las camisas de fuerza de las que trataba en vano de liberarse.
Llegó a tener una asistente. Era hermosa. Yo iba (y supongo que la mayoría del público masculino también) más que nada para verla en su mínimo y ajustado atuendo.
Una noche, el mago desapareció a la chica con éxito. Sólo que no logró volverla a aparecer.
Unos días después las autoridades encontraron a la bella asistente perdida en las afueras de la ciudad. Pero ella tenía cariño al mago y volvió junto a él.                                                           
Dicen que el mago estaba enamorado en secreto de su asistente, pero su amor no era correspondido.
En su última función, metió a su asistente en una de esas cajas y la atravesó con espadas. (Yo no estuve presente, de lo contrario hubiera intentado detenerlo).                    
Por supuesto, cuando el mago abrió la caja, y como por arte de magia, apareció un cadáver ante el público aterrado.
Al mago lo encerraron en un manicomio y cuentan que sigue tratando de liberarse de la camisa de fuerza.

NUBES
Para Ana María Shua
Y pensar que esos seres fantásticos, (dragones, unicornios, leviatanes) tan inteligentes y temerosos de la extinción, se disfrazan de nubes para que no sospechemos nada, para que creamos que solo vemos nubes con formas de dragones, unicornios y leviatanes.


GALATEA
Yo ya estaba ahí. Existía antes, en el aire, en el vacío, en la roca, yo ya estaba ahí: en el interior de la roca.
Con el cincel fuiste acercándote a mi rostro, a mi cuerpo, mi forma se develaba poco a poco bajo la destreza de tus manos, y aunque imperfecta e imprecisa aún, yo ya estaba ahí.
Mi cuerpo se hizo cada más detallado: mis pechos, mi abdomen, mi cintura, mi espalda levemente arqueada, mi sexo pudoroso, mis muslos, mis pies delicados, cada uno de los dedos de mis pies pegados a la roca; iban apareciendo bajo tu cincel exacto que rozaba mi piel marmórea y casi viva.
Precisaste mis brazos, mis codos, mis manos con sus dedos y por último fue mi rostro: mi mirada cabizbaja, mis ojos sin párpados, mi pequeña nariz, mi sonrisa leve y este peinado que llevaría siempre.
Yo ya estaba ahí. Había nacido.
Entonces creíste enamorarte de mí, pero no fue así. Te enamoraste de ti mismo, Pigmalión; yo sólo era tu espejo de piedra en donde te reflejabas, hijo de Narciso.
Entonces rogaste a la Diosa que me diera vida, que me condenara al tiempo que también ahora es mi sustancia.
Y ahora estoy aquí; condenada a habitar cada segundo interminable, tratando de recuperar frente al espejo, aquel primer gesto que me robaste para siempre.

HIPOTÉSIS
No. No es por estética que se deja el bigote y la barba, ni es por problemas de la vista que lleva siempre esos anteojos. No. Es simplemente porque si se afeitara y se sacara esos lentes, todos se darían cuenta que bajo esa barba, ese bigote y esos anteojos, en realidad, no hay nadie.

GÉNEROS
Amor, lo nuestro empezó como una novela rosa. Todo era hermoso y cursi, solo existíamos nosotros dos, ¿Lo recuerdas?. Pero eso no habría de dudar mucho tiempo.
Pronto nuestra novela rosa se volvió oscura: una novela negra.  Los celos me torturaban, me mordía las uñas, te seguía en secreto a todas partes. Hasta que una noche te descubrí, perra.   Y nuestra novela policial terminó con dos cuerpos y un charco de sangre a mis pies.
Anoche, cuando tu fantasma empezó a rondar nuestra casa, comprendí que así terminaba lo nuestro: como un pésimo cuento de terror.

Fotografía: Alexis Pérez-Luna

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