Cinco de Gabriel Payares

VERSIÓN DEL QUIJOTE
Un día se cansó del orden de su biblioteca, derribó los libros al suelo y se dispuso a crear su propio canon literario. Al día siguiente, se cansó del orden en el menú del restaurante, y arremetió contra el cocinero hasta imponerle su propia noción de gastronomía. Otro día distinto se cansó del orden reflejado en las señales de tránsito, y decidió andar en lo sucesivo a contramarcha. Y así, en pocos días, se fue metiendo en mayores problemas. Al final de la semana, la gente lo tenía por loco. Al final del siglo, por Libertador.

EL ESCLAVO
Lo más doloroso de haberme separado de mi mujer no fueron los años de amargas peleas, ni el modo en que la eché de la casa después de haberla hallado en brazos de mi mejor amigo, ni el triste reencuentro con una soledad no planificada, ni las engorrosas explicaciones que me fueron alejando de los amigos en común, sino esta eterna sensación de que en cualquier minuto puede que ella regrese, y yo, una vez más, al instante y sin siquiera pensarlo, haga de tripas corazón y la perdone.

LA BIENVENIDA
Uno termina acostumbrándose a esta isla desierta. En especial alguien como yo, siempre amenazado por la marea inacabable de gente que se extiende hasta donde alcance la mirada, y que lo devora todo al paso de su inocultable presencia. Ya casi no siento el sol en la espalda, ni el hambre acumulada, ni la sal del viento en las mejillas; he ido haciéndome invulnerable con cada lento embate de las olas. Sólo en mis sueños, últimos recuerdos de aquella anterior existencia, se me ha revelado el destino traidor que me depara: tornarme  aquí mismo en piedra, en roca, en despeñadero, contra el que arrastre el mar tirano al incauto navegante. Las olas y el viento acallarán cualquier vestigio de palabra. El golpe será la única bienvenida.

EL HOMBRE ORQUESTA (TRIBUTO DESAFINADO A PESSOA)
La orquesta cupo entera en los cuatro costados del baúl: trompetas, flautas, incluso el aparatoso trombón. Pero al disponerse a cerrar la tapa de un golpe y a sellarla para siempre con un inmenso candado, lo congeló el miedo imposible de estarse encerrando a sí mismo: se le antojó de pronto desolador el voluntario exilio de los cuerdos, la soledad que implica ser siempre el mismo y llamarse igual, tocando siempre la misma partitura. Incapaz de dar aquel último paso, dejó la tapa entreabierta y le dio a cada instrumento el beneficio de una última melodía. La orquesta ese día sonó más alegre que nunca. Muy pocos entendieron que se trataba de una nota de suicidio.

LA OTRA ODISEA
Nunca estuvo Ítaca tan lejos, como en el pleno abrazo de Calipso.

1 comentarios:

Gabriel Payares | 2 de mayo de 2012, 21:27

Estos minicuentos fueron publicados por primera vez en la revista digital Las Malas Juntas, aquí: http://lasmalasjuntas.com/2011/11/10/ejercicios-de-microficcion/ y aquí: http://lasmalasjuntas.com/2012/04/27/ejercicios-de-microficcion-segunda-parte/
Gracias tanto a ellos como a Violeta Rojo por la amable difusión.
gp

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