Minificciones de Jaime Muñoz Vargas
Jaime Muñoz Vargas. México
Es escritor, maestro,
periodista y editor. Entre otros, ha publicado El principio del terror (novela, 1998), Juegos de amor y malquerencia (novela, 2003), Pálpito de la sierra tarahumara (poesía, 1997), Filius (poesía, 1997), El augurio de la lumbre (cuento, 1989), Tientos y mediciones (periodismo, 2004),
Miscelánea de productos textuales
(periodismo, 2005), Guillermo González
Camarena (biografía, 2005), Las manos
del tahúr (cuento, 2006), Polvo somos
(cuento, 2006), Ojos en la sombra
(cuento, 2007), Monterrosaurio
(cuento, 2008), Nómadas contra gángsters
(periodismo, 2008), Leyenda Morgan
(cuento, 2009) y Parábola del moribundo
(novela, 2009); algunos de sus microrrelatos aparecen en la antología La otra mirada (2005) publicada en
Palencia, España. Ha ganado los premios nacionales de Narrativa Joven (1989),
de Novela Jorge Ibargüengoitia (2001), de cuento de San Luis Potosí (2005), de
cuento Gerardo Cornejo (2005) y de novela Rafael Ramírez Heredia (2009); fue
finalista en el Nacional de Novela Joaquín Mortiz 1998. Textos suyos han
aparecido en publicaciones de México, Argentina y España.
Gallina
en Nueva York
Lo que cuento es real. Andaba en Nueva
York con mi amigo Fabián Vique, argentino, cuando vimos una gallina por la
quinta avenida, muy cerca del hotel donde paramos para asistir a VI Encuentro
Internacional de Literatura Surrealista organizado por la Universidad de Miami
Campus Minnesota. El caso es que caía la tarde, íbamos de regreso al hotel y
vimos la gallina. La seguimos, intrigados por su paso seguro y la certeza de
que sería apachurrada por algún brutal neumático. La gallina, sin embargo,
hacía alto en las esquinas, esperaba el rojo, avanzaba como si conociera todo el
mecanismo de la vida en esa urbe. Vimos que entró a un bar, que con inglés
perfecto pidió una cerveza y que bebió en paz, como burócrata cansado frente a
la barra. Nosotros aprovechamos para pedir un par de Heinekens hasta que, por
fin, la gallina pegó un salto desde el asiento alto y sin respaldo, y salió
entera, campante. Fabián y yo no lo creíamos. Fuimos con el cantinero y le
dijimos que aquello era insólito. El bárman, un joven de evidente origen
puertorriqueño, respondió:
—Jajaja, es lo
ma nolmal, en Nueva Yolk ya nada nos asombla. Jajaja.
Fabián, al
margen de toda exaltación, con su habitual serenidad, resumió la escena en
forma de microrrelato clásico:
—No sé si somos
nosotros soñando una gallina en Nueva York o una gallina en Nueva York soñando
con nosotros.
Guión
tres equis
RICHARD: Hola, ¿cómo te llamas?
CASSANDRA: Cassandra, ¿y tú?
RICHARD: Richard… qué linda eres...
Acto seguido empiezan a coger.
Continuidad
de los tragos
Sabía que era un borrachín impenitente y
que jamás podría escapar de las botellas. Andaba, pues, de piquera en piquera,
metido siempre en tragos y en problemas. Comprendía con dolor que sus pasos no
eran los correctos, que su hígado era ya una pasa inservible, pero una poderosa
fuerza interior lo movía porque en el fondo de su corazón palpitaba otra
certeza: pese a su vida desastrosa y anónima, pese a sus veinte años
consecutivos de ebriedad, alguna vez sería tema de un microrrelato, al menos de
un minúsculo y pobre microrrelato que quizá, por qué no creerlo así, es éste.
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