Cuaderno azul de Ricardo Ramírez Requena
Revoluciones
Mi bisabuelo se sumó a las huestes comandadas por Castro, llegadas desde Colombia. Al pasar por los pueblos del Táchira, se sumó. Era el año de 1899 y la gente de la montaña decidió bajar hacia la capital a tomar el gobierno. Lo lograron. Y lo hicieron por muchos años. Luego de Castro vendría el gobierno de Gómez. Antes de ellos la Revolución Azul, en un intento de encontrar puntos en común entre conservadores y liberales. Terminó imponiéndose Monagas.
Se suman brazos, se busca la unión, trascender las diferencias, encontrar la paz. Al final, se termina imponiendo alguien que aplasta a los demás. Siempre es lo mismo. Lo hagan los andinos o los de cualquier parte. Mi ancestro tomó su caballo, quizás un par de mulas y, antes de la barbarie, regresó a su casa sin lamentos.
Esa es la historia de las Revoluciones.
La tumba de Henry Morgan
Bajó en medio del terremoto tu tumba hacia el fondo del Atlántico. El suelo submarino de Jamaica te recibió entre los tuyos, aquellos que hacía tiempo ya bajaron. Fue tu labor, labor de ingenio: naces en una tradición de viajeros, en la línea constante que empezaron Swift, Defoe, luego Stevenson.
Cuantos libros no se alimentaron de ti, que fuiste un político más que saqueó Cuba, Portobelo, Panamá y Maracaibo. A pesar de tus desmanes, fuiste nombrado Caballero por los tuyos.
No te quejes. Sufriste de precaria salud al final. Tu ataúd, antes de ser quebrado por los peces, seguro se llenó de corales rojos. Como la huella que dejaste por el mar, sangrienta, prepotente, salvaje.
No te quejes, los nuestros han seguido tus pasos y hacen, aún en nuestros días, lo mismo: vencen al herido, gobiernan entre piltrafas y mueren de viejos sin que nadie les señale con un gargajo la inexistencia del olvido.
Han escrito sobre ti, han hecho películas sobre ti. Para mi, tú, como los que compartieron tu trabajo, fueron todo menos aguerridos. Oportunistas de baja talla, secuaces resentidos.
Hablan de Cortés, de Pizarro, y pocos saben que fueron ustedes sus continuadores.
Y hasta hoy, tantos te continúan. Por eso mi desprecio, por eso te recuerdo por un momento, te escupo de nuevo, y te dejo seguir allá, en el fondo, en lo más oscuro de la memoria de los vivos.
Abril
Abril no es el mes más cruel, ni engendra Lilas en la tierra muerte ya. El tiempo de lluvias fue mustio pero sereno y el verano fue certero como siempre en estos parajes. Verano sin lluvias, verano con lluvias y vuelta al verano, señor nuestro. Las muchachas cuentan sus cosas y los árboles responden con su sombra. Nadie hace eco del Antiguo Testamento, yo también leo las cartas y veo una purga entre La Estrella y el Diablo, no temas muerte en ningún viaje, solo se compasivo con tus compañeros de trecho.
Mi ciudad no es irreal, es muy cierta en sus miserias desde hace años.
Los inviernos en Londres son largos, abril allá no es la llegada del polen y las abejas, pero esto no es Londres, ni aquí aceptamos los dictados de reyes, Pescadores o no. Si se secó que termine de morirse, nosotros solo acatamos dictados de mujer en lagunas, o en ríos, o en Oceanos, que apenas se secan un momento y se rebosan luego. Tampoco queremos sermones del fuego: Aquí provilegia el aire y sus mensajes transitan en secreto en las idas y venidas de los Pericos y las Guacamayas. Hay fiesta en la Semana Mayor y se acepta la muerte y el retorno como elemento cotidiano, entre aguardientes y rezos, entre no creer y hacer las procesiones de todas maneras con fervor.
En este lado del Atlántico bregamos, la primavera arde en los ojos y lo que no otorgue vida lo despedazamos.
Taguaralia
Afuera, en el vidrio, una gran calcomanía que anuncia que este local no paga el seguro social. Al lado, un sitio donde juegan caballos. Cerca, un kiosko que nunca abre pero en donde duerme alguien. Entras y el olor a orine te llega hasta la médula como un frío que hace daño. Dos señores, tres muchachitas en la mesa de la esquina, alguien en la barra. No hay quien sirva, el mismo barman limpia, lleva las llaves y cobra las propinas. Cuando las hay. Pides tu cerveza, nunca helada ahí, y te buscas una silla que no tenga las patas tan mordidas por los perros viejos dormidos alrededor. El mantel,de plástico grasoso, donde las botellas patinan. Un televisor pasando Sábado Sensacional, mudo. Una radio en donde truena la Dimensión Latina. Nadie baila ni se mira.
De repente, una risa. Una extraña presencia en este final del día. Entra un chamo y te ofrece monte y sale. Entran dos niñitas ofreciéndote flores para la novia que no existe. Entra la policía y también, con señas te ofrece monte. Para todo giras la cabeza. Te detestan. Terminas la birra y te levantas, dejas el dinero y haces que vas al baño. "No hay agua", dice el letrero. Bajas la cabeza y al salir, sabes que todos te miran. Como si no pertenecieras ahí, y no hubieras bebido y pagado tu cerveza.
Es que tu cansancio no es el de ellos. ¿no recuerdas el extraño olor a cementerio, a huesos viejos, a negra herrumbre?
Te tomaste solo una solera. No fue tu cabeza. No habían ojos en sus calaveras.
Sabes que eran muertos, que al cruzar la puerta eso ya no era de tu mundo. Lo recuerdas al ver a unos muchachos ingleses que vistes en fotografías en el Berlín de los años treintas. Reconocistes su fracaso de años después en los puños amarillentos de sus camisas, en los cigarrillos rubios y en las ojeras largas que descendían hacia más abajo de las sillas.
Pero los viste, más allá, más adentro del vidrio los viste. Fueron los únicos que al salir se atrevieron a no mirar, nisiquiera cuando reías.
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