Ficticianos en Ficción Mínima


José Luis Sandín García
Nació en el desértico noroeste de México, en Hermosillo. Cree que las palabras se las lleva el viento; sí, pero siempre dejan un murmullo permanente que nos mueve a vivir, vivir.

Letrario
El viento mecía sus cuentas formando palabras, y el pueblo entero vivía del falso fantasma.

El señor Pérez
Ávido de aventuras, agarró el rifle, un puño de billetes, y salió. Su ahora diminuta cabeza luce, entre muchas, en la pared de una choza.

Catarsis
Fue como encontrar una cucaracha entre comida podrida, sólo que estaba frente al espejo.

La máquina de cortar pelo
Lo corta justo a la mitad. Incluso su inventor desconocía los posibles usos hasta que un amigo suyo, de profesión peluquero, la usó en una excéntrica clienta de escasa cabellera. La mujer vive ahora feliz con el doble de cabellos que antes, y ellos gozan de fama y fortuna.

Sopita de letras
El secreto de su éxito literario era leer historias en su plato, humeantes, bien calientitas.

El laberinto
Entra en un sueño distinto cada vez que decide el rumbo: derecha o izquierda. Algunas veces vuelve sobre sus pasos, mas el camino ya no es el mismo ni lo recorre a la inversa.
Aquí, su madre cuida de que nada le falte, le seca el sudor, mantiene limpio el orinal. Sólo maldice tenerle que cortar las uñas de las manos atenazadas al libro que leía antes de quedarse dormido; un libro de fastuosas tapas con letras de relieve dorado y una llamativa imagen: un seto que se embrolla a sí mismo, sin que se aprecie una sola rendija por la que pueda abandonársele.

Fumar mata
Desde que lo leyó ha afinado su técnica: no más de un cigarrillo por víctima.

El vuelo
Despegó en alas de tela, a pesar de viajar en nave de último modelo. El servicio a bordo le ofreció un par de valiums. Su angustia fue cayendo en un sueño que se desplomaba en el mar, donde todo se oscureció finalmente.
Ya en el aeropuerto, los encargados lo bajaron en peso. Sólo se extrañaron por el agua, las algas y el olor a mar del cadaver.

Escritor a la fuga
Escribe la historia a toda velocidad, sin respiro —sólo veinte palabras—, antes que su autor lo mate de un tachón.

La espiral del presente eterno
Recuerda la crátera con dibujos de sirena y titanes en la esquina del salón. Su madre le dijo que escuchara el canto que surgía del interior y pegó el oído.
No sabe cuánto tiempo estuvo allí hasta que cayó espantado. Tampoco si escuchó el famoso canto, ni si lo subyugó, pero sí le confiere presencia a una ausencia interna, monótona y que lo mantuvo oyendo el lentísimo movimiento de los titanes en su huida de la sirena, cosa que tampoco puede precisar, pues un trueno, quizá el de un rayo, rompió la crátera. Sus parientes armaron una escandalera, pero esa ausencia interna es a la que se había aferrado, y que se ha roto, lo que le provoca un miedo a perderse a sí mismo, en el silencio, en la muerte: eso lo lleva a dibujar en el suelo un garabato con el que intenta evocarse a sí mismo, porque no puede llegar adonde iba.
Frente a un espejo se recuerda, por ser evocado, dibujando otro garabato, el de una sirena que entona una canción de victoria.

Cuento con desenlace de vértigo
Es una sola palabra, una palabra precisa y de tal fuerza que su punto final generó, en su momento, un pequeño orificio en el papel por donde se fue la tinta, luego la pluma y la mano del escritor.
El resto aún fluye sin cesar hacia el interior oscuro de la trama, formando un vórtice a su alrededor: giro inagotable de realidad.

Ingenuidad
—¡Águila!
—¡Sol!
—¡Gané!, presta.
—Ten... ¿Jugamos otro?
—Pero si no tienes nada para apostar, ya perdiste toda la ropa.
—¿Un beso...?
—Uhmmm..., sale, pues.
—Pues va —dice al tiempo que lanza la moneda una vez más.
—¡Águila!
—¡Sol! —grita con entusiasmo, con la esperanza puesta en el movimiento giratorio de sus dos águilas.

0 comentarios:

Publicar un comentario