Minificciones de Esteban Dublín


Las maravillas en el país de Alicia
Un conejo blanco descansaba en su madriguera cuando vio a lo lejos una niña corriendo. La curiosidad lo asaltó y la siguió hasta su casa. Maravillado, empezó a ver cosas que ni siquiera concebía en su imaginación: líquidos en botellas que al tomarse no agrandaban a la gente, un palo de cróquet que no tenía forma de flamenco, una baraja de cartas inmóvil sobre una mesa, una oruga diminuta que no fumaba y humanos vestidos con ropa tradicional. Aún sorprendido, vio a Alicia que se acercaba a él y que lo agarraba de las orejas. Asustado, el conejo despertó respirando aliviado al comprender que sólo se trataba de una pesadilla.

Ciudad viuda
Lo que le digo, sumercé, en este pueblo sólo hay viudas. Tremendo, claro, porque sí, una puede que sea mujer correcta, que le guarde luto al marido, pero no hay cuerpo que aguante semejante sequía. Mercedes cumplió el mes pasado veintiocho años sin hombre. Amelia llegó a los dieciocho. Aunque bueno, a la viuda de López le ganó la gana a los ocho años. Se fue pa’ otro pueblo y por ahí supe que conoció macho. Bendita ella. ¿Qué dice, perdón? Ah, sí, eso pasa a cada rato. Aquí no llueve agua, sino maridos. Pero no duran, sumercé. Con esa fuerza con la que caen, se vuelven pedazos. Vea ahí no más un bracito. ¡Comadre, la escoba!

Secreto
Cerré la puerta sin hacer ruido y fui a acostar a los niños. Por ningún motivo podía dejar que se enteraran de qué había en el sótano. Siempre esperaba a que estuvieran lejos, sacaba el plato de lentejas y lo bajaba sigilosamente. Me aseguraba de que no entraran cerrando con doble seguro y colgándome las llaves como collar. En todo caso, a pesar de las precauciones que tomé, un día les ganó la curiosidad y me siguieron. Cuando descubrieron lo que pasaba, no tuve más remedio que dejarlos ahí con su padre.

La casa de Mariana
Basta despojarse de la lógica para encontrar, en medio de Medellín, una casa construida con palabras. Su arquitectura desafía la sensatez y como recubrimiento, en lugar de ladrillos, se encuentran sustantivos sostenidos entre sí que se pueden leer a medida que se recorre la casa. Las puertas están compuestas de preposiciones que funcionan de antesala al interior de las habitaciones y los muebles, hechos de adjetivos que cambian de acuerdo al estado de ánimo. Para entrar, sólo hay una condición: dejar a la entrada un verbo en infinitivo que luego se pueda convertir en un deseo. El mío fue soñar.

Abordaje
No crean, para mí tampoco fue fácil. Verla tan hermosa y llorando, como suplicándome un minuto más. Al menos un abrazo más. Se iba a España y sabrá Dios si algún día vuelva. Tal vez nunca la vea de nuevo. Sollozaba, como si no hubiera remedio posible, y, yo, claro, yo que no soy de palo, pues me quebré. Porque tal vez muchos crean que soy un insensible, pero no, soy un hombre de carne y hueso. Nadie sabe lo que sufro yo en momentos como esos. “Siga, señorita”, fue lo último que le dije mientras le devolvía el pasaporte para atender al siguiente pasajero.

www.estebandublin.blogspot.com

0 comentarios:

Publicar un comentario