Ficticianos en Ficción Mínima





Rafael García Z.
Nací, crecí, aún no me he reproducido –aunque lo he intentado– y, probablemente, moriré. Ciclos de vida consumados, los tres primeros, en la ciudad de Medellín, Colombia; el cuarto, si se cumple el pronóstico, en hora, fecha y lugar por definir.
En el circo de la vida trabajo como malabarista de la imagen; esto es, ejerzo el diseño gráfico, mi profesión, en las funciones de matiné; y la fotografía, el humor gráfico y la ilustración en los espectáculos de vespertina. Gracias a la crisis de los cuarenta –la edad, no la década–, y guiado por los maestros de Ficticia, incorporé a mi rutina visual un acto casi suicida: equilibrismo con letras y contorsiones con palabras. Fruto de esta suerte de ilusionismos surgió “El Mago Natural y otros abracadabras”, libro de cuentos breves publicado por Ficticia Editorial y CONACULTA, y del cual tomo prestados los siguientes textos:
El primer viaje de Verne
El joven aborda el barco de papel, suelta las amarras, iza la pluma y parte rumbo al otro lado del mar, en donde, intuye, está la Fantasía.
La Creación
Miguel Ángel termina la obra y agradece a los modelos su paciencia infinita. El más joven se viste, hace una venia y sale de la Capilla; el otro, simplemente, se desvanece en el aire.
Ls cnsnnts
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N. del T.
*Las consonantes, cegadas por su ambición de convertirse en una raza pura y sin mezclas, nunca dimensionaron la magnitud del error que estaban cometiendo cuando decidieron masacrar, una a una, las vocales del alfabeto.
El Mago Natural (uno)
El Mago Natural introduce en su sombrero de copa una oruga común; meses después extrae del mismo una espléndida ma­riposa de la especie “Manto Grande” (Lycaena dispar).
El público que aún permanece en el teatro, molesto por el sinsen­tido del truco, comienza a rechiflar y a desaprobar la actuación del ilusionista. Éste, sin embargo, ajeno a los insultos, se dedica a contemplar extasiado el vuelo zigzagueante de la mariposa originaria de Europa, cuya variedad se había extinguido hacía más de 100 años.
Uno de espías
Serie: Inmersos en la lectura.
Tras escapar con éxito de los engaños urdidos por el Servicio Secreto para dejarlo en evidencia, el infiltrado llega a un callejón sin salida: el capítulo final de la novela. En unos párrafos más, su doble identidad será revelada y su vida no tendrá valor algu­no. Decidido a evitarlo, corre a la última hoja del libro, se desliza hasta la margen inferior, apoya la espalda en la palabra “Fin” y descarga su arma dorada en contra de quien lo ha perseguido, implacable, a través de 365 páginas repletas de acción.
El victimario, presuroso, desanda lo leído y se resguarda en el anonimato que le brindan las primeras líneas de la trama escrita por Fleming. Desde allí, mientras toma un café, se dedica a con­templar la agonía del sorprendido lector.
Oro, tierra y alma
Tras la primera ola llegaron los conquistadores; tras la segunda, los colonizadores; tras la tercera, los evangelizadores.
Tras la cuarta ola no llegó nadie... ya nos habían quitado todo.
Una mente brillante
Cuando el profesor Josef H. Müller, una de las mentes más bri­llantes del siglo XXII, decidió vender su alma al diablo a cambio de la inmortalidad, no lo hizo solamente impulsado por el deseo de perpetuar su desmedido ego, sino también, aunque resulte difícil de creer, por un afán desinteresado y genuino de poner todos sus conocimientos al servicio del género humano.
Muchos, y en muy variados campos, fueron los aportes del profe­sor Müller a la ciencia durante los siglos XXII, XXIII y XXIV; sin embargo, muy a su pesar, ninguno de ellos le generó tanta fama y notoriedad como los tratamientos de belleza –nunca por él re­velados– que utilizaba para el cuidado de su piel, siem­pre suave y tersa a pesar del paso de los años.
Lección aprendida
Siglos después de su destrucción total, la Tierra es nuevamente creada en una apacible galaxia situada a millones de años luz de su antiguo sistema solar... esta vez sin seres humanos, gracias a Dios.
Londres, 1888
“Oculto por la densa bruma –la onírica, no la física– me muevo con total impunidad entre las callejuelas oscuras del barrio. Mi primera víctima, la “A”, sale tambaleándose, borracha, de una taberna de mala muerte; la sigo durante un par de minutos y luego la abordo por la espalda; el tajo mortal es rápido y certero. El segundo crimen lo cometo unas cuadras más adelante; ca­mino hacia la “E” fingiendo ser un cliente en busca de sexo; cuando la tengo cerca, la mutilo con precisión quirúrgica. El asesinato de la “I” no es tan limpio como los dos anteriores; con el primer navajazo, un chorro de sangre me salpica el rostro. Mi cuarta presa, la “O”, chilla como un cerdo; le clavo varias veces el puñal para que se calle. Con la quinta y última, la “U”, eyaculo mientras la descuartizo”.
En el rincón más sombrío de una habitación olvidada por la cor­dura, un alma atormentada materializa la vaporosa realidad de un sueño: Jack se desangra... acaba de cortarse las cuerdas vocales.

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