Cuatro Ganadoras de minificciones.com.ar


A VERNOS, por Laura Alanís


Le habían anticipado que el infierno que le tocaría era personal y sencillo.A un legítimo vanidoso como él, sólo tuvieron que confinarlo a la eternidad en un reino de ciegos.

CAPITALISMO, por Luís Gonzalí

Empezó con diez ovejas. Las cuidaba, las contaba, y cuando no las ocupaba las guardaba en su establo. Después de un tiempo necesitó más, y para poder comprarlas empezó a vender la lana de las que ya tenía. Después de varios meses de mucho trabajo llegó a tener cincuenta. Por supuesto, tuvo que construir un establo más grande, invertir en infraestructura para trasquilarlas y en un par de pastores para cuidarlas.

Sus vecinos empezaron a verlo con celo y envidia y él empezó a dudar de ellos. Es por eso que también invirtió en vigilancia: rejas electrificadas, cámaras de circuito cerrado, guardias de seguridad.Cuando llegó a tener doscientas, desconfiaba incluso de sus empleados. Es por eso que empezó a hacer guardias nocturnas.

Escopeta en mano y con la convicción de que nunca perdería a ninguna, vigilaba escondido entre los arbustos: nunca nadie le iba a robar a las ovejas que contaba para dormir, aunque las tuviese que vigilar personalmente, aunque le costara el sueño de todas las noches.

OTRO FINAL, por Gabriel Bevilaqua

Primero fue una golondrina la que se arrojó a picotear una de aquellas piedritas blancas; luego, se animó otra, y enseguida otra y otra… Al final todas habían dado cuenta de las píldoras desperdigadas sobre la floreada hierba de la campiña. Unos metros más allá, con la mitad del cuerpo bajo el carruaje volcado, el Doctor Jekyll volvía en sí, sólo para observar como una miríada de buitres iban cerrando su círculo en torno a él…

EL HALLAZGO, por Mario Alejandro Pinto


El caballero perfecto se preparó toda su vida para ese momento. Su cuerpo había sido moldeado a fuerza de privaciones: la suya era una figura sarmientosa, como construido de tendones. En sus ojos brillaba el fuego de la convicción en una misión legendaria. La fe, o la locura, habían guiado sus pasos hasta esa cueva.
Finalmente el Grial estaba frente a él. Había atravesado siete desiertos hasta llegar a la cadena de montañas donde terminaba el mundo. La máxima reliquia era una copa de metal tosco bañada en una luminiscencia suave. Estaba vacía. El caballero la adoró de rodillas por tres días. Luego murió de sed.


*Ilustraciones de Alejandro Gelaz.
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