Los Quarks de Madrazo

JORGE ARIEL MADRAZO (Buenos Aires, 1931). También traductor y narrador. Una docena de poemarios, entre ellos Blues de Muertevida (1984), Cuerpo Textual (1987, LAR, Chile, Premios Nacional-Regional y Municipal Ciudad de Buenos Aires), Cantiga del Otro (1992), Para amar a una deidad (1998), De mujer nacido (2003), Teoría sobre Ella (2006) y De vos, 2008. Inédito en poesía: En un bar con María Magdalena.. Invitado a numerosos encuentros internacionales. Integra el Consejo de la revista «Trilce» (Concepción, Chile). Publicó dos libros de relatos, el último La mujer equivocada (2006). Inédito en narrativa: la novela Gardel se fue a la guerra (1er. Premio Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires «Eduardo Mallea» bienio 2003-05).
Acaba de aparecer su libro de textos brevísimos: Quarks – microficciones.


Propiedades del colibrí
–Diga su última voluntad –conminó el jefe del pelotón.
–Deseo que cada soldado piense durante cinco minutos en un colibrí.
Así lo hicieron. Luego, ninguno osó oprimir el gatillo.

El procaz
Apenas se conocían y ya se extrañaban; cartas iban y venían con frases de amor. Él le decía cosas que a Ella le encendían el Inconsciente (y eso que rondaba, incansable, el Superyo). Lo soñó ella una noche: estaban al fin juntos en una ciudad extraña, él muy elegante con saco blanco o crema, digamos palm beach, y una camisa negra brillante. Pero, oh, ella advirtió en el sueño que los pantalones de él estaban bajados. Inconcebible. Cortó la relación. Ese hombre era un obsceno.


Manía de sabio
El profesor Rudolf Lipezki tenía un hábito incordioso: cada noche, hacia las cuatro de la madrugada, salía al balcón y aullaba. Sus vecinos, hartos, poco podían hacer: el profesor era un hombre influyente. Golpeaban a su puerta: no respondía. Fueron en delegación a increparlo en su laboratorio. Cuando la secretaria los hizo pasar, en el diálogo descubrieron el problema: de día, entre tubos y retortas, el profesor era un lobo hecho y derecho. De noche, al descubrirse otra vez humano, la frustración lo impulsaba al aulllido.

El león
Plegó las patas, al acecho. Alzando la cabeza oteó el aire, husmeó el viento: olía a presa segura. Ah, sí, allí, perfilado en el horizonte, tembloroso por la intuición del peligro, se erguía el cervatillo. Al verlo se encogió y reptó con la seguridad del depredador. Mientras saltaba intentó un rugido victorioso. Le salió un chirrido que no asustaría ni a una anciana. El salto fue de cinco centímetros. Su compañera lo miró con lástima. No había caso: aquel grillo, más loco que una cabra, se empeñaba en creerse león.

Niños
Algarabía en el patio escolar tras el muro que lo separa de la vereda, por donde camino atento al barullo. Todos los niños –la muralla no me permite verlos– gritan al unísono pasalapelota aycorré daleluisita y chillidos de sorpresa, alegría de la ronda y esa estridencia y las carreras hasta una raya blanca pintada sobre los mosaicos elúltimocoladeperro ganéyonovale ¿ysijugamosalasestatuas? Cortomano cortofierro, sosmalaeh? Atraído por el bochinche infernal me empino y miro por encima del antipático muro divisorio. Veo un patio desolado, una escuela en ruinas.

Los piqueteros pálidos
Aquel día, un grupo de muertos argentinos (quiénes, si no) resolvió protestar; entendían que la cosa era injusta, y algo de razón tenían. A más de la carta documento al jefe del Más Allá se lanzaron a bloquear nubes celestiales y vereditas de rescoldos humeantes; apoyados por el gremio de camioneros fallecidos armaron tal despiporre que el Supremo y Satán, ambos a una, debieron negociar: cada año, un núcleo selecto de esos muertos made in Argentina vuelve por una semana al terruño. ¿No alcanzó a verlos, esos tipos y minas más bien paliduchos a los que todo, aquí abajo, les parece una maravilla y hasta hablan bien del país?

Sólo para suicidas
Una pizzería mal alumbrada por neones sucios: una vieja con las medias caídas se hurga los dientes, la pizza está helada y dura, una cucaracha trepa a tu mesa por la pata de la silla, en el televisor las peripecias de Gran Hermano, te abandonó una mujer, no lográs redondear el poema.

La ventana indiscreta
La observaba cada noche, con avidez de fisgón. Ella, en entreabierta bata de noche, sentada ante el boudoir, se maquillaba interminablemente, se perfumaba, cepillaba el cabello suelto en ondas sensuales. Así cada noche. Luego se ponía de pie, giraba el torso hacia aquel vecino indiscreto, apagaba la luz. Desde el edificio se enfrente, él se sabía ya enamorado. Hasta que, decidido, cruzó la calle y, temblando de excitación, oprimió el timbre. Ella abrió la puerta, sonriente y tanteando el aire. Era ciega.

1 comentarios:

Laura Nicastro | 31 de agosto de 2009, 18:50

Maravilloso y muy tierno tu grillo - león. ¡Ay, cuánta realidad llevada a un cuento! Un abrazo, Laura

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