Sopa de letras. Eduardo Gotthelf.


Fue toda una novedad que Valverde lo invitara. Godoy pidió detalles.
–¿Es un café literario?
–Algo parecido, es una cena con señoras que están en búsqueda de la página inmortal. Lleva tus textos, te vamos a pedir que leas.
Con su mejor lenguaje acudió al encuentro, Valverde todavía no había llegado. Se sentó y esperó. El lugar se iba llenando, un grupito se acercó.
–¿Ustedes también escriben? –les preguntó Godoy.
–No, venimos a nutrirnos –contestó una.
–¡Sí, venimos para alimentarnos! –refirmó con picardía la más gordita.
La organizadora pidió silencio y dio inicio al acto. Después de dar la bienvenida a los presentes, le solicitó a Godoy, único varón, que leyera. De Valverde, ni noticia.
Comenzó tímidamente, con un poema de amor. Los aplausos lo alentaron.
En su afán de agradar aderezó el discurso para abrir los apetitos. Condimentó las palabras. Sazonó la lectura con ademanes, inflexiones de voz, la adobó con miradas de complicidad.
Las mujeres se relamían.
Leyó lo que podía gustarles. En trance libaron poemas y odas, cataron uno que otro soneto, saborearon metáforas, bebieron símbolos y paladearon imágenes.
Con grititos de éxtasis tragaron ficciones, se emborracharon de mitos, masticaron los cuentos más suculentos. Se atiborraron con fábulas y fueron de tapas con sus libros. Se zamparon prólogos, capítulos y epílogos. Sin pudor engulleron sus relatos más eróticos; hasta hicieron ingesta de sus textos inéditos.
Lo fueron deshojando página a página, embuchando hojas enteras, desmenuzando frases, absorbiendo expresiones, triturando a conciencia los adjetivos, ingurgitando diptongos, devorando una por una las letras.
Se comieron hasta los signos de puntuación.
Cuando todo fue consumido, el grupo se retiró satisfecho. Godoy, vaciado de literatura para siempre, entendió que Valverde le había tendido una trampa.

Cuento ganador del Concurso Bellver de Relatos Breves del Diario de Mallorca

1 comentarios:

Anónimo | 27 de octubre de 2009, 6:20

Por lo ingenioso, por la fina ironía y ese juego que se hace entre la letra impresa y el alimento, la verdad que este cuento me encantó, Eduardo. Lo sigo leyendo, Mariángeles

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