Ariadna II. Lilian Elphick


Mira, el asunto es que maté a Teseo. Fue rápido y limpio. Dijo “perra traicionera”, y cerró los ojos. Luego, todo fue fácil. Entré al laberinto a buscar a Minotauro. Cuchito, cuchito, llamé. Y él me respondió con unos gemidos asustados. ¿Se fue el loco? Sí, gatito, para siempre. Gracias, preciosa, no sé cómo agradecerte. Me puedes rascar el lomo, me encanta. ¿Ahí? Sí, pero un poco más arriba. ¡Sigue, sigue! ¡Ahhhhh! Sé que suena perverso, pero tócame la cola. ¿Así? Más fuerte, más fuerte. Ahora, trata por aquí y aquí y acá.

Cuento corto: después de tantas caricias, le mordí el cuello y lo asfixié. Balbuceó “perra”, a secas, y murió con la carpa alzada, como Teseo.

Aquí hay un enredo muy grande. Pásame las tijeras, anudamos nuevamente y seguimos ovillando.
¿Vale?

Óleo: Diego Latorre.

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