Ficticianos en Ficción Mínima






Aglaia (N. Vidal)
La palabra es mi vicio. El vicio, para que sea placentero, conviene disfrutarlo en forma semisecreta. Además, detesto las semblanzas.


La pluma y las plumas.
El cuento fue, en realidad, una venganza de Reyes. Salvador Novo le había robado a su cocinera y D. Alfonso, disgustado y hambriento, compuso un relato en el que un elefante –de rasgos muy semejantes a los suyos- pateaba, pisaba y desvencijaba a un hombre –curiosamente parecido al ladrón-. Octavio Paz, en su autobiografía, recuerda el modo en que Reyes solía narrar la anécdota:
“Ya saben ustedes como es Novo: hombre de pluma con muchas plumas y afición por los apéndices; que muera tocando rabos es de justicia poética...”

En canal.

Desnuda sobre el mármol, debajo del cuchillo que palpita... jugosa, sonrosada... conservo los espasmos de la sangre caliente y el celo de animal que embiste y muere. Revestida de olor a carne fresca y víscera, tirito en el acero que penetra los músculos aún cálidos. Seccionas con cuidado la piel que cubre el seno, bajas el arma helada por los lomos a separar los nervios, los tendones. Y vas pinchando aquí, picando allá... rebanando despacio, laminando los huesos del deseo... Me tornas, me volteas, me doblas, me desgajas inerte sobre el mármol ya húmedo de humores, curvada de la espalda hacia la hoja que huye del corazón y me destaza.

Contratiempo.
La policía, por error, detuvo al asesino antes del crimen. La víctima, sin trabajo, termino suicidándose.

Disponibilidad absoluta.
Señorita de moral elástica se ofrece a regentar casa chica con gastos de casa grande. Pobres abstenerse.

De cómo se murió María Pérez.
Un buen día, allá por el año de la polka antigua, trancó la puerta y tiró la llave. Sacó los recuerdos por la ventana, cerró postigos, corrió cortinas y se enterró.
Los arqueólogos la encontraron, algo encogida de su huesos, cerca de un nido de cucarachas. Necesitaba urgentemente una mano de plancha y un pase de plumero, por lo demás estaba bien.
La ciencia dedica largas horas al estudio de sus arrugas. Para cubrir gastos de investigación la exponen, algodones y almidones de por medio, en el Museo de Antropología.

Efecto dominó.
Tengo mucho sueño. Y decir mucho es decir poco. Tengo todo el sueño del mundo y algunos pedazos más que se me perdieron por ahí. No quepo dentro del sueño, esto es, no me cabe el sueño dentro; se me derrama igual que esas hebras de algodón de azúcar que se enredan en los árboles de la Alameda por Navidad. Así voy a todas partes, recogiendo fragmentos de sueño en los rincones, las coladeras, los semáforos... Los pierdo e intento recuperarlos para evitar contagios ajenos: es, ésta del sueño, enfermedad tactotransmisible de carácter masodérmico. Camino por la calle entre las musarañas, camino y me tropiezo con chiquitos pequeños restos de sueño, fragmentos miniminúsculos que se me cuelan dentro del bolsillo, o del bolso, o de la bolsa de la compra y se enquistan ahí, agazapados, pacientes, calladitos del todo sin hacer ningún ruido porque saben, que más tarde que temprano, se me antojará un helado de chocolate con cubierta de chocolate y salsa de chocolate, que meteré la mano en el bolsillo, o en el bolso, o en la bolsa de la compra y una esquirla de sueño, pegada a una moneda de diez pesos, se pegará a la mano que se pegará al helado que se pegará a la lengua que lamerá el sueño que me dará más sueño que el que tengo..., y entonces las teclas del teclado se morirán de sueño..., y ya no podré escribir porque se me pasmarán los dedos de tanto sueño..., y, además, usted, que siempre tiene sueño, estará tan dormido que no podrá leerme...

1 comentarios:

Anónimo | 15 de diciembre de 2008, 9:31

Aaa, un placer, que es compartible, degustar tus letras, inmersas en la emoción y elegancia, con ritmo sensual y elocuencia poética.
Felicidades.
Ricardo Robles

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