Ficticianos en Ficción Mínima:






Rubén Pesquera Roa
"Creo con fervor que en boca cerrada no entran besos."

El testamento de Peeping Tom
—Sí, señor... soy yo y no, no me quedé ciego, ¡puros cuentos! Se me concedió la visión más hermosa que mortal alguno gozara, vi a Lady Godiva cuando su famosa cabalgata.
—Mercado de Coventry, 31 de mayo de 1043. No menos de cinco mil personas asistieron, dispuestas a mantener la cabeza baja y los ojos cerrados mientras su heroína montaba tan hermoso corcel. El único que se atrevió a mirarla fui yo, y no me arrepiento, tenía trece años y era aprendiz de sastre. Juré nunca decirle a nadie, pero ya no importa. Por eso, Padre, ésta es la primera vez que confieso mis pecados.
—Ella me guiñó el ojo y hoy traigo a la tumba el recuerdo fulgurante de aquella diosa de esplendor: lucía el más elegante de sus vestidos, de finísimo tisú, toda engalanada con sus joyas y los guantes de cabritilla acariciando la brida.

Cenicienta desencadenada
Recogió del piso la zapatilla de cristal, justo en el momento que lo derribaba una grieta telúrica. Mientras caía alcanzó a distinguir, a lo lejos y contra la luz de los incendios, una silueta descomunal. Lo último que oyó fue el estruendo de un coletazo fulminante que arrastraba consigo los alaridos desesperados de sus súbditos.

Écfrasis
En el pretil, la mecedora se mueve sin necesidad de esfuerzo alguno de parte de Abuelo, quien ocupado en vigilar a las niñas que juegan se balancea a capricho de viento y madera. Las vigas del piso gimen al parejo del viejo mueble y la mirada recorre de arriba a abajo —con precisión cronométrica— la curva, desde los árboles que delimitan la milpa recién barbechada, hasta los mugrosos pies descalzos de la más pequeña nietecita.
La madre, soltera y atareada con el metate, se baña en el sudor copioso del calor de la lumbre y el mediodía. Un niño, el hermano mayor, se acerca por la vesana acompañando al famélico hato de ganado.
El abuelo ha muerto desde las ocho de la mañana, pero sigue atento el juego de las niñas, es su obligación, su contribución a la magra economía doméstica. Ya después lo llorarán y prepararán café y novenario.
Para sosiego de todos, el anciano es sordo, y hace caso omiso al clamor de los ancestros que llegan a recogerlo, vaporosos y mezclados entre las escuálidas vacas.

Stabat Mater
María aguarda a la sombra de la Cruz. Cómplice y piadoso, el legionario romano, con su lanza, acerca a los labios de Jesús la esponja empapada en la tisana de hoja kemqhet. La bruja ha garantizado a tan amantísima madre que, con esta pócima, su hijo ha de resucitar en tres días.

Deseo
Tiene el miembro enorme, colosal. Cuando lo yergue es un monstruo de placer, ¡paso la vida anhelando ser penetrada!, ¡revolcarme con él sobre la paja!
Y veo cómo me acorrala. Se despoja de la ropa de faena y queda ante mí: desnudo, sudoroso, turgente el pecho y la verga enhiesta. Ansiosa de las palabras salvíficas me echo a sus pies:
—¡Ven acá, perra...!
Porque entonces, mientras mis genitales se inflaman, meneo la cola y ladro furiosa, estoy segura de que no soy cualquier perra..., ¡soy su perra!

Almendrita
La depositó suavemente sobre la hoja de álamo temblón y la cubrió con el pequeño trozo de pañuelo que acababa de cortar. La había matado tratando de alimentarla, un chisguete de su pezón la alcanzó justo en la frágil cabecita, aplastándola por completo. La mañana la encontró ocupada en llorar y en el intento de comprender su desgracia. La giganta cubrió la improvisada tumba con un poco de lodo y regresó a la tribu.

El palacio de las osamentas
La Bella Durmiente salió de su largo sueño y, alegre, comenzó a besar a todos para que participaran de la resurrección del Reino. Quienes iban despertando veían aterrorizados cómo el pellejo se les pudría, coagulaba y terminaba por caer al suelo, mientras el aire se saturaba con fétidas emanaciones. Muy pronto, el castillo se llenó de lamentos desesperanzados y nubes de polvo. La Princesa, vuelta loca y andrajos, subió corriendo la torre del homenaje dejando astillas óseas regadas por toda la escalera y perdiéndose, al fin, en un compasivo golpe de viento.

El Averangután
El Averangutang es un monstruo del Desierto Pinacate. Posee el plumaje colorido de los míticos Caballeros Águila –de donde se infiere su origen meridional– y el caminar oblicuo y tardo del hombre de las nieves –lo que habla de afinidades neanderthalianas. Los conquistadores españoles lo conocieron de oídas, aunque se sabe que era común en tiempos del Horizonte Clásico. Hace una semana, un ejemplar vivo fue avistado por una tropa de niños exploradores que se internaba en la zona del silencio. Los excursionistas lo persiguieron durante tres días, armados con palos y cámaras fotográficas, hasta que, de súbito, se echó a volar, rasando hacia ellos y defecándoles encima. Luego desapareció en la lejanía, aullando la Cabalgata de las Valkirias.

Bengalas
La chiquilla resistió hasta el último momento, mas tiritaba de frío y quería seguir viendo a la Virgen de Guadalupe. Puso fuego a la única lucecita que quedaba y se cerraron sus ojos: la explosión nuclear destruyó la Ciudad, calcinando a millones de habitantes.Ambas, muy juntas, se alejaron levitando entre las ruinas, inmunes a la radioactividad.—Me las hubieran comprado todas, ¿verdad madrecita? —aseveró la inocente vendedora.—Claro que sí, mi'jita, pero ya me los chingué —contestó María, apretando con fuerza la mano de la niña.

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